jueves, 1 de febrero de 2024

Filosofía como medicina del alma española

 

    Una de las razones de la famosa Decadencia que nos aquejó de modo secular ha sido la falta de una filosofía moderna propia, que reflejase y consiguiese perfeccionar, elevándola al rasgo de categoría, nuestra forma de ser o carácter nacional, tan distinto del pragmatismo inglés, del seco racionalismo francés o del idealismo alemán. No sirvió de mucho imitar las modas filosóficas triunfantes sucesivamente en nuestros ilustres vecinos europeos, como se pretendió hacer después. Solo con Unamuno y Ortega, como grandes figuras señeras, se inicia en España la tarea de desarrollar un pensamiento filosófico moderno propio, con pretensiones de crítica y superación, de las entonces dominantes filosofías en Europa. Dicho esfuerzo filosófico no se ha detenido con ellos, sino que ha continuado en la segunda mitad del siglo XX y hasta comienzos del XXI con la importante obra filosófica creativa que nos ha legado, entre otros, un pensador tan conocido hoy como Gustavo Bueno.

       No pretendo que con decir esto pueda aumentar considerablemente el número lectores o de seguidores de estos señeros filósofos, pues es difícil apartar a mucha gente del culto a los prejuicios dominantes en los grandes aparatos de propaganda masiva, sino que tan solo me dirijo a los pocos, a la minoría selecta que decía el propio Ortega, que creo existente en nuestro país,  aunque se encuentre en un estado de dispersión y alejada de los grandes altavoces mediáticos dominados y ocupados por los epígonos de extranjeras tendencias influyentes. A dichos pocos me dirijo en tanto que considero que están libres de la ceguera, tan extendida hoy en España, para las cosas profundas; pues, en España dicha ceguera es algo muy común y se haya enraizada profundamente en defectos que se atribuyen tradicionalmente a los españoles, como la Aristofobia, que ha contribuido, como señala Ortega, como un defecto constitutivo de nuestro propia historia, -aunque discrepemos de los motivos que aduce Ortega para explicar tal defecto-, a nuestra famosa decadencia, al apartamiento más sostenido de los mejores en la dirección y la búsqueda de solución a los grandes problemas nacionales que nos aquejan desde hace ya siglos, cuando comenzó nuestro declive en la gran influencia que tuvimos en el mundo.

     Ramón Menéndez Pidal, al principio de su conocida obra sobre El Cid Campeador, habla de uno de estos momentos históricos, el de los medievales “condes invidentes” de la corte de Alfonso VI, en los que se manifiesta con claridad meridiana a su juicio esa “invidencia, vicio eminentemente hispano”, que “entorpeció tenaz la obra del Cid, sin tener en cuenta al daño colectivo que en la guerra anti islámica  se seguía al destierro del guerrero superior;  defecto típicamente español (…) Castilla, la Castilla oficial, ciega para las dotes prodigiosas de su héroe, le desterró, le estorbó cuanto pudo, le quiso anular toda su obra bélica y política: <<Ésta es Castilla que face los omes e los gasta>>” (Ramón Menéndez Pidal, El Cid Campeador, Austral, Madrid, 1985, p. 20).

     En tal sentido, envidia viene del latín invideo, invidente, el que no ve. Pero la ceguera, como defecto o mal privativo, puede ser curado en muchos casos mediante operaciones u otros remedios de aparatos ópticos. Por ello esta envidia española, verdadero obstáculo para  reconocer la excelencia en tantos casos y en graves momentos de nuestra Historia, quizás pueda ser curada con una terapia medicinal adecuada, con una “medicina del alma” en este caso, como es la crítica y la educación filosófica que, aunque no pueda erradicar la ceguera en los casos extremos más patológicos, si puede hacerlo en una mayoría de españoles que son indispensables para orientar con su voto, en los tiempos democráticos que vivimos, la elección de los mejores para ocupar los altos puestos en los que reside el mayor poder e influencia.   En los últimos años, parece que el crecimiento de la demagogia política, que está llevando a una selección a la inversa de los dirigentes y personas más influyentes entre los españoles, promocionado la mediocridad y la incompetencia en perjuicio de la excelencia, puede llevarnos a un estancamiento en nuestra modernización e incluso al peligro, hoy ya manifiesto para muchos, de la final destrucción de la unidad política como nación moderna.

     Por todo ello creemos necesaria una mayor influencia en la España actual de nuestro propio pensamiento filosófico desarrollado polémicamente por nuestros propios filósofos, que sería útil para fortalecer críticamente a nuestro país. Pues, como decía Descartes, la potencia de un país guarda relación también con la potencia de la filosofía de sus pensadores. El problema es que esta nueva filosofía española es censurada y marginada por los poderes mediáticos dominantes hoy en España. Quousque tándem abutere, Catilina?.

Manuel F. Lorenzo


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