Decía
Ortega y Gasset que resultaba curioso observar cómo, al final del Imperio
Romano, el legado cultural
científico y filosófico griego fue más rápidamente asimilado por los pueblos
islámicos que por el cristianismo de occidente. Hasta tal punto
se retrasó Europa en la asimilación de la filosofía de Aristóteles o de la
matemática griega, que lo principal de esta alta cultura tuvo que ser
transmitida precisamente por los árabes, principalmente en los tiempos del rey
castellano Alfonso X El Sabio a través de la famosa Escuela de Traductores de
Toledo. Sin embargo, señala Ortega, ese retraso europeo inicial en la recepción
del legado de alta cultura griega, frente a la mayor apertura y tolerancia del
Islam ante el pagano Aristóteles estudiado por Avicena y Averroes, fue
brillantemente corregido cuando Europa, no solo lo asimila, sino que lo recrea
y enriquece espectacularmente, superándolo con la Revolución científica y
filosófica del Renacimiento de Copérnico, Galileo o Descartes. A partir de
entonces la civilización cristiana europea, que ya había hecho retroceder al
Islam con la Reconquista española, acabará por empezar a dividirlo y
neutralizarlo con la colonizaciones, que inicia Napoleón al conquistar Egipto y
terminan los ingleses en la Primera Guerra mundial destruyendo el Imperio
turco.
Hoy la
situación se ha vuelto a complicar por el rebrote del magma, ardiente de
fanatismo, del volcán islámico, realimentado por los inesperados petrodólares
que surgen, como un maná providencial de Alá, en los desiertos del cercano
Oriente. Gustavo Bueno señalaba, como causa de esta victoria filosófica de la
modernidad europea, a la superioridad del tomismo frente al averroísmo, en
tanto abrió una interpretación del aristotelismo que posibilitaría su
superación en la Modernidad del Renacimiento. En tal sentido el retraso inicial europeo y el
atraso cultural de sus Cortes en relación con el tamaño y riqueza cultural del
pensamiento y de las bibliotecas de Damasco o Córdoba, habría sido superado al
final del medievo.
Se nos ocurre,
entonces, plantear una analogía para entender la rivalidad moderna, también de
origen religioso, entre católicos y protestantes, rivalidad que brota en la
propia Europa en el momento en que, con la batalla de Lepanto España, destruye
la armada turca que amenazaba a la cristiandad europea, superándose un peligro
semejante al que superaron los griegos frente a los persas en la batalla de
Salamina. La nueva rivalidad entre
Católicos y Protestantes determinará una división religiosa y cultural en
Europa que se sustanciará en el choque, frente al poderoso
Imperio español, de ingleses, holandeses y alemanes, con el problema añadido de
una Francia dividida, primero de forma religiosa por los hugonotes y, tras la
Revolución, sometida a sucesivas restauraciones y revoluciones.
La Europa
protestante, como ocurrió con el Islam, fue mucho más rápida y hábil en la
asimilación primero, y brillante desarrollo posterior, de la revolución
científica y filosófica, que había surgido en países católicos con Galileo o
Descartes. España se cerró en el siglo
XVII, como decía Ortega, ante la ciencia y la filosofía modernas, que
constituyeron durante siglos nuestras dos asignaturas pendientes. A partir del
siglo XVIII intenta modernizarse yendo a la escuela de franceses, ingleses y,
por último, con Ortega, de los alemanes. Pero perdió su Imperio y estuvo varias
veces en peligro de ser destruida por su precaria modernización cultural e
industrialización.
No obstante, en el siglo XX ha conseguido
superar su atraso en la modernización, acercándose al
grupo de cabeza formado por sus antiguos rivales protestantes. Incluso, de la
mano de Ortega, ha entrado con buen pie en el inicio de una nueva filosofía
crítica con el idealismo y utopismo de la Modernidad, asociada a figuras
mundialmente famosas como Heidegger, que promete orientarnos ante los últimos
coletazos de la crisis de la Modernidad, representados actualmente por las
ideologías globalizadoras o de genero procedentes de la crisis de las
Universidades norteamericanas dominadas por las élites WASP.
De la misma
manera que se dice que Inglaterra, perdido su Imperio, conserva un resto de él
en la red global de paraísos fiscales, base del gran poder de la City
londinense, España conserva, de sus tiempos imperiales, la tecnología global
del idioma español, hoy creciente hasta en los mismos EEUU. Podría por esa vía
lingüística, favorecida por Internet, extenderse la influencia de sus filósofos
y pensadores, tales como Ortega y Gasset o Gustavo Bueno que, a pesar de haber
alcanzado un nivel filosófico actualísimo y sumamente novedoso, están ausentes de los
foros mediáticos europeos y norteamericanos, dominados, todavía
hoy, por el prejuicio de la Leyenda Negra frente a la “inteligencia” española.
Por eso debemos defender el español, no sólo en Cataluña, sino en la red que
comunica al Mundo entero.
Artículo publicado en El Español (22-1-2019).
No hay comentarios:
Publicar un comentario