domingo, 5 de noviembre de 2017

La rebelión de la minoría separatista catalana

Asistimos estos últimos días al espectáculo de una sublevación en Cataluña, encabezada por su Gobierno Autonómico, que pretende conseguir la separación de España. La noticia, por su gravedad, ocupa los titulares de los mass media tanto nacionales como extranjeros. No podía ser menos ante el anuncio de un acontecimiento que se presenta, en el imaginario social, como una Revolución que pretende dar nacimiento a una nueva nación en Europa. Una nueva Toma de la Bastilla o del Palacio de Invierno de los Zares parece anunciarse con los actos preliminares de desobediencia, manifestaciones, huelgas y tumultos que se empiezan a producir ante el asombro de la mayoría de los españoles, que no imaginaban que algo así pudiese hoy suceder.

Sin embargo, algo así está ocurriendo y amenaza con abrir una crisis, no sólo en España, sino también en otros países europeos que albergan en su seno incipientes movimientos separatistas regionales. Por eso parece importante tratar de analizar con cierta profundidad la naturaleza precisa del movimiento rebelde en cuestión, para poder saber en realidad de qué se trata y buscar los medios para evitar las consecuencias catastróficas que de él se puedan derivar.

Lo primero que nos llama la atención es que lo que está ocurriendo ante nuestros ojos no es una Revolución como la Revolución Francesa, la Rusa o la Norteamericana, en la que se dio origen y nacimiento a nuevas y poderosas naciones en el sentido moderno de la expresión. No hay aquí ejércitos que se enfrentan en una sangrienta guerra civil, porque no se está armando al pueblo ni dividiendo al ejército. A todo lo más que se está llegando es a neutralizar a una diminuta, en comparación con los cuerpos armados españoles, policía autonómica de los Mossos y a tratar de evitar un posible enfrentamiento policial armado del que saldrían perdiendo los sublevados. La propia denominación de escenificación de la rebelión, que se utiliza para referirse a las manifestaciones y huelgas callejeras, revela lo que algunos denominan el carácter postmoderno de la rebelión como un simulacro de una rebelión masiva, pues como se puede observar aquí no comparecen las masas, sino grupos de agitadores, no muy numerosos, pero disperso por diversos lugares, concentrados ante comisarias, hoteles donde se alojan los guardias civiles, algunas calles, etc.

El propio Referéndum que se convocó, al margen de que sus datos no ofrecen ninguna seguridad jurídica de veracidad, es un simulacro de victoria masiva del  (90%), cuando en realidad se reconoce que sólo ha votado una minoría de la población catalana. La Huelga General convocada, procedimiento mítico de las grandes revoluciones, ha sido también un simulacro, pues se obliga a parar a los trabajadores controlando una red de transportes con la inutilización, por acción u omisión del propio Gobierno Autonómico, de las líneas de cercanías del cinturón de Barcelona, donde se concentran la mayor parte de la población trabajadora, o del corte con neumáticos de las autovías en unos pocos puntos estratégicos suficientes para colapsarlas.

En tal sentido, no hay aquí una rebelión de las masas, como ocurría en Rusia, por ejemplo, sino una rebelión de carácter distinto y que hemos denominado, en otro artículo de este mismo diario, como la rebelión de las minorías. El problema hoy no es pues la rebelión de las masas, como en tiempos de Ortega y Gasset, sino que es lo que denominamos la rebelión de las minorías, la cual no sólo se está dando en el particularismo del nacionalismo regionalista, catalán, vasco, corso, escocés, etc., sino también en el particularismo o diferencialismo de las minorías sexuales, étnicas, etc.


Todos ellos comparten el contrasentido propio de querer imponer en un régimen democrático, en el que, por definición, deciden los derechos de la mayoría, y con procedimientos democráticos, no violentos, etc., unos derechos minoritarios como si fuesen equiparables a los mayoritarios. Dicho contrasentido sólo puede abrirse paso por medio de la utilización de la simulación y el engaño propio de la demagogia, para lo cual son suficientes las armas de una educación y una propaganda mediática fanatizada, que equivocadamente les ha transferido el Gobierno central. Por ello no hace falta meter los tanques en Cataluña, sino que la verdadera solución está en la discusión ideológica y el pensamiento crítico que hay que recuperar de las manos del sistema educativo y de los mass media puestos hoy, en Cataluña, en manos de los fanáticos sediciosos, y en el resto de España en manos de una tendencia dominante que quiere contentar en vez de aislar a los separatistas. Pues, el separatismo debe ser inexorablemente aislado, e incluso, llegado el caso, prohibido como opción política, no dejando de denunciar sus sinsentidos y peligrosos engaños desde los medios de comunicación de mayor alcance.


Artículo publicado en El Español (23-10-2017)

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