G. W. Leibniz,
el filósofo alemán de quien conmemoramos el pasado año el tercer centenario de su
muerte, ejerció cierta influencia en algunas ideas políticas de Ortega que
tienen que ver con su concepción liberal y autonomista en relación con la forma
de afrontar la Reforma Constitucional en España. Leibniz puede ser tomado como
modelo de una posición filosófica cuidadosa de evitar los excesos de los
extremos, navegando entre scila y caribdís.
Por ello queremos resaltar aquí el leibnizianismo profundo de
Ortega al diseñar el modelo de la división territorial en Autonomías que se
plasmó en la Constitución de 1978. Pues lo esencial en él es el entendimiento
de la realidad como una realidad plural, constituida por una multiplicidad de
mónadas o unidades políticas, las Regiones Autónomas, a las que el Estado
central, cual mónada de las mónadas, crea y dota de las Competencias necesarias
para que puedan vivir y desarrollarse sin necesidad de ventanas al exterior, es
decir sin tener que, en lo sustancial, recurrir continuamente a Madrid o a
otras Autonomías más ricas.
Pues se establece desde el principio una separación de
poderes locales y nacionales, por la cual las Competencias regionales no son,
para decirlo al modo de Spinoza, al que Leibniz se oponía, meras atribuciones
de una única Sustancia de Poder residenciada en Madrid, sino que son
atribuciones pre-programadas de una pluralidad de sustancias creadas por la
mónada central, las cuales no existirán o perdurarán por un mero mandato
centralista, sino que ello será posible en tanto que sean composibles con las
mónadas restantes. De ahí que la creación de estas unidades regionales deba ser
leibnizianamente calculada con gran precisión, como muestra el ejemplo
orteguiano de la definición operativa de la Autonomía andaluza, partiendo del
pequeño municipio que vive de una plantación de olivos, que no se detiene
en los límites del municipio, sino que envuelve al siguiente y al de más allá,
rebasando incluso la provincia, constituyendo una unidad de producción que requiere
para su óptimo funcionamiento la creación de la completa entidad regional.
Según este criterio, se justifica asimismo la existencia de una comunidad tan
pequeña como La Rioja por la importancia y la fama de sus vinos, o de 1as
Baleares por el turismo.
En segundo lugar, el papel que le corresponde a Ortega con
respecto a la regeneración de España podría parangonarse con el que le
corresponde a Leibniz respecto a 1a regeneración y modernización de Alemania.
Pues su propuesta para la Reforma del Sacro-Imperio está realizada desde una
Realpolitik que elude todo utopismo e idealismo y tiene en cuenta los
particularismos localistas. Leibniz se convirtió cada vez más en abogado de la
autonomía de los Estados particulares, pues era la única que podía garantizar
un resurgimiento económico del decaído Imperio Sacro Germánico, cuando la
soberanía del emperador languidece y se convierte en un obstáculo en lugar de
ser un motor de progreso. Leibniz pensó entonces de manera más sensata que los
partidarios de un patriotismo fanático.
De manera semejante a Locke, aunque en una dirección muy
diferente, habría propugnado una separación de dos poderes para regenerar la
política alemana, los poderes del Emperador y los de los Länder o estados
particulares. Ortega se asemeja a Leibniz al distinguir, dentro del
Estado español, el Poder de las Regiones o Grandes comarcas, equivalentes de
los Länder alemanes. De tal forma que el programa orteguiano pasa por
distinguir y separar rigurosamente el poder supranacional ("Europa es la
solución"), el Poder de Madrid, el poder de las Regiones, y por último el
Poder Municipal. La articulación de dichos Poderes debe ser objeto de preciso
cálculo, sustanciado en las transferencias de Competencias en el número y
medida que garanticen la composibilidad leibniziana.
Es curioso observar también cómo la modernización de países
como Inglaterra o Francia se basó esencialmente en la separación de poderes
propugnada por Locke y Montesquieu, continuando mezcladas las cuestiones
nacionales y locales, lo cual no representó obstáculo alguno para el éxito de
ambas Revoluciones, mientras que en la modernización de Alemania o de
España predomina la separación leibniziana de lo nacional y lo local,
padeciendo de confusión la separación del Poder Judicial, con el característico
y germánico Tribunal Constitucional, que en la actual España autonómica depende
excesivamente de cuotas de partidos. Aunque este obstáculo encuentre cierto
contrapeso en el carácter indomable y orgulloso del tradicional individualismo
anarquista ibérico, cuya manifestación extrema lleva, en situaciones críticas,
al radicalismo quijotesco representado hoy por Podemos.
Artículo publicado en El Español (15-12-2016)
Creo que España padece una doble influencia en cuanto a configuración del Estado: los Borbones trajeron su centralismo que ha sido nefasto, en mi opinión, y que agostó la vida local y provincial. Los revolucionarios jacobinos persistieron en exportar este modelo. En cambio, la España de los Habsburgo, heredera de tradiciones forales medievales indígenas, concordaba mucho más con los modelos germánicos. Althusius parece un verdadero padre del federalismo moderno, y coincide con esto. Francia se nos metió en medio como una cuña, pero estamos más cómodos por tradición con este modelo federal-monadológico. De todas maneras, el modelo autonomista emanado de 1978 "se nos ha ido de madre". Necesitaríamos autonomías más grandes (unir las uniprovinciales a otras que les sean afines) con menos diputados y cargos, devolviendo ciertas competencias (Sanidad y Educación). Soy regionalista y autonomista también, pero este modelo español lo veo fracasado. Se ha hipertrofiado y es ruinoso. Y es cierto que Ortega ha sobrevolado en todo el proceso político en el siglo XX.
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