La victoria
clara y contundente de Donald Trump frente a Hilary Clinton en las pasadas
elecciones a la Presidencia de los EE.UU. ha provocado sorpresa y desolación
para los seguidores de la opinión reflejada en la mayoría de los media que,
descaradamente, no han mantenido una neutralidad como la prudencia aconseja en
estos casos, sino que han tratado de ningunear al candidato que venía de fuera
de la cerrada “clase política”, que ha ido cristalizando en las últimas décadas
en las democracias occidentales, de lo que en España tenemos un ejemplo cercano
en lo que se viene denominando de modo visceral la “casta política” o, en la
Unión Europea, con los “burócratas de Bruselas.
En EE.UU. eran
"los políticos de Washington", incluyendo Demócratas y Republicanos,
pues Trump no gustaba a los actuales dirigentes de su partido, que incluso le
retiraron públicamente su apoyo para dárselo, como anunciaron los Bush, a su
rival. Trump ganó sin embargo contra todo pronóstico y ahora, a toro pasado, es
cuando puede resultar más seguro decir porqué ganó y contra quién. La política,
en las cuestiones más encarnizadas, siempre es política contra alguien. Por
ello debemos tratar de entender el fenómeno Trump, con
la cabeza y fríamente, dejando de lado en lo posible, nuestras filias o fobias
políticas, nuestras simpatías o antipatías personales.
Personalmente,
Trump no me produce empatía. Su cara es inexpresiva, como si llevase una
máscara. Por eso los psicólogos, que creen poder penetrar en la mente de las
personas, han empezado a hablar de su lenguaje no verbal, expresado en sus
manos o en sus actitudes corporales, que parecen en contradicción con sus
palabras, por ejemplo, cuando se entrevistó con Obama al ser recibido en la
Casa Blanca.
No es el Trump persona el que nos interesa analizar, sino
el Trump que ha ido apoyando el elector que le dio la victoria. Ese elector
está nucleado, como se dice, en torno a la América profunda del interior y no
en la América de las dos costas del Este y del Oeste. Especialmente se habla de
la clase obrera media de la zona de los grandes Lagos (Michigan, Detroit) que
es la que ha perdido sus seguros empleos por la globalización económica que ha
beneficiado a China y el emergente Sudeste asiático. Una clase media que ha
asistido también a un crecimiento exponencial de la emigración incontrolada
proveniente sobre todo de México y el centro de América, que entra en
competición por los menguantes puestos de trabajo.
Como responsable
de sus males han percibido la política de un liberalismo anárquico impulsada
por Obama y los Clinton, en connivencia con poderosos empresarios, como George
Soros, que preconizan un liberalismo económico global, para el cual era
necesario derribar fronteras y aranceles a fin de encaminarse hacia una
sociedad más igualitaria y democrática, no solo en cuanto a los derechos
individuales, sino también en relación con un relativismo cultural y de género,
como se dice ahora, que equipare las normas de grupos minoritarios con las de
los grupos mayoritarios, hasta extremos que llevan a la dictadura de lo
“políticamente correcto”.
En el caso de
Europa nos ha afectado el intento propio del intervencionismo democrático de la
política de Obama y Hilary de tratar de imponer con decisivo apoyo militar, la
democracia en los países afectados por la denominada primavera árabe, pues de
ello resultaron guerras y dictaduras islámicas con una ola de refugiados
inasumible por la Unión Europea, además de un terrorismo islamista que ataca a
la propia ciudadanía europea. La propia EU, como pieza clave del proyecto
Globalizador de Obama, se resquebraja con el inesperado brexit británico.
Lo que parece
ocurrir entonces es que Trump ha pinchado la burbuja de una Globalización sin
límite, que se presentaba como encaminada hacia la creación de un Estado
mundial, como único centro de poder que podría acabar con los problemas
globales del cambio climático, el hambre, las guerras, etc.
En realidad, esa
Globalización había provocado una burbuja económica de capitalismo puramente
especulativo que estalló con el impago de hipotecas de vivienda en el propio
EEUU. Pero será difícil volver atrás hacia el aislacionismo de EE.UU. Por eso
se impondrá la necesidad de tener en cuenta, en el futuro, las fronteras de las
economías nacionales y las diferencias culturales y civilizatorias que los
fundamentalistas democráticos y representantes del pensamiento Alicia, como los denominaba Gustavo Bueno
en relación con, el expresidente Zapatero, su clon español, creían poder
despreciar en nombre de un humanismo utópico y abstráctamente igualitario. Se
impone pues una visión más realista en la superpotencia norteamericana, que
podríamos formular, parodiando al propio expresidente Clinton, diciendo: ¡No es
la economía estúpido, son las fronteras!
Manuel F.
Lorenzo
Artículo publicado en El Español (22-11-2016)
Hola Manuel.
ResponderEliminarEfectivamente: ¡No es la economía estúpido, son las fronteras!
En realidad - en mi opinión - nunca fue la economía, sino la tierra, su defensa y preservación, la que, a la postre, fue origen de la civilización; civilización entendida como dominio y conservación de la naturaleza y de los hombres.
Un saludo.
P.d. Me gustó mucho tu artículo "¿Qué es filosofía?". Buenísimo.
En efecto, volvemos a una era de regreso a la soberanía nacional, a la preocupación por la identidad, a rectificar la "globalización". El mundo se va volviendo multi-polar. Y la irrelevancia de los EEUU ante poderes emergentes (Rusia, China, árabes) es creciente. De hecho, "Occidente" ya no existe. Es el producto artificial del Plan Marshall, de la OTAN, de un mercado común europeo sometido por las multinacionales. Ahora "Occidente" está comprado por los petrodólares. Ni siquiera Europa puede tener la seguridad de tener un "policía" americano que le guarde la casa. Europa es impotente y necia, los EEUU tienen sus propios problemas y aquí, bajo la dictadura germana hemos creado un engendro, en donde se nos quiere meter media África y media Asia para "pagarnos las pensiones". Esto es una locura. El problema estriba en que fronteras (su liquidación) y economía (su globalización) son, exactamente, la misma cosa.
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