Celebramos
este año en España a Cervantes, aunque ocurre con tal celebración algo que no
pasa ni en Alemania, ni en Inglaterra: que se busca en el Quijote la expresión,
no solo literaria, sino también filosófica, crítica y cultural, más alta de la
esencia última de nuestro ser nacional. Los alemanes veneran a Goethe, pero
ponen su orgullo filosófico nacional en Kant y los ingleses en Locke. Sin
embargo nuestra moderna crítica filosófica, en tanto que crítica de la
mentalidad medieval, a diferencia de lo que ocurre en los citados países
europeos, no se habría desarrollado en términos de un lenguaje filosófico
académico, sino que se habría escrito en una novela extraordinaria, una novela
“filosófica”, de crítica de la superada mentalidad caballeresca medieval, como
verían los ingleses.
También
Ortega vio en el Quijote un instrumento crítico del verdadero protagonista, un
Cervantes crítico del voluntarismo más puro, -como Kant habría sido el crítico
de la Razón Pura-, que lo mismo servía, según Ortega, para criticar el
voluntarismo de un Imperio español que se cierra en Trento a la penetración de
la modernidad, como para criticar lo que esa misma modernidad, representada
entonces por la Reforma Protestante, tenía de afirmación de un Dios voluntad,
no menos irracional. Pero la comparación, aunque interesante, no es muy
adecuada porque habría una diferencia en el modo de expresión de una divertida
novela cervantina frente a un árido tratado filosófico kantiano. Si utilizamos
la palabra “crítica filosófica” para identificar el contenido más alto de ambas
obras, deberíamos a la vez diferenciarlas como una crítica propia de una
filosofía mundana en Cervantes y una crítica filosófico-académica en Kant.
Si queremos buscar en el
entorno de la cultura española una crítica del voluntarismo, en un sentido
estrictamente filosófico-académico, debemos dirigirnos a otro libro, que
durante siglos se ha leído y venerado como una cumbre de la filosofía
occidental, pero disociándolo de sus raíces hispanas. Se trata de recordar otro
libro de Filosofía académica que España podría presentar como complemento
académico del más mundano y leído Don Quijote. Me refiero a la famosa Etica, del
filósofo de procedencia hispano-judia Benito de Espinosa, conocido
internacionálmente por la latinización de su apellido como Spinoza. Una
latinización que ha ocultado durante siglos su cultura española de procedencia,
privándole de la gloria de haber producido del seno de su cultura nacional una
figura de pensamiento filosófico creador equiparable a las propias de aquella
época de que se vanaglorian los ingleses con su Bacon o Hobbes, los franceses
con Descartes o los alemanes con su Leibniz.
Pues en el siglo XX aparece
cada vez con más claridad, como prueban las investigaciones sobre la
procedencia, costumbres y lengua materna de los judíos hispanos, que recalan
buscando refugio en Amsterdan tras su expulsión de la Península Ibérica ( Ver,
p. ej., G. Albiac, La sinagoga vacía, Madrid, 1987), que Espinosa
no era de cultura holandesa sino que era equivalente al hijo de unos exiliados
o emigrantes españoles en un país de acogida, en el que todavía la primera
generación que nace allí, como era el caso de nuestro filósofo, aunque aprenda
el holandés en la escuela no llega a hablarlo bien porque sigue pensando en la
lengua materna aprendida y hablada en casa, que era el español. Por ello
Espinosa, aunque también escriba en latín como Descartes o Leibniz, pensaba
realmente en español, por lo que su filosofía nació, por las circunstancias
trágicas de la expulsión de los judíos, no en España, sino en tierra de exilio
y emigración. Pero en ella está presente el carácter nacional hispano como lo
está la cultura francesa en Descartes o la alemana en Leibniz. En tal sentido
habría que decir que en España no hubo modernización no tanto porque España
fuese incapaz de producir una figura exímia, fundadora y rectora, sino porque
la produjo de tal radicalidad que no pudo ser asimilada ni bautizada de ninguna
manera por la inteligencia académica patria de entonces.
Triste
sino, por tanto, el nuestro que hace que permaneciésemos en la orfandad y la
imposibilidad de desarrollar una filosofía moderna académica propia, en los años
en que se empiezan a forjar las fuerzas e ideas modernas, que cambiarán
irreversiblemente el mundo de modo tal que, o España se modernizaba en sus
ideas filosóficas rectoras o entraría en una penosa decadencia, descolgándose
de las potencias directoras del mundo. En esas estamos todavía, al menos a
nivel de los fastos de la España oficial al uso, aunque haya una España
realmente existente, en la que nos sentimos incluidos muchos, silenciada en los
medios e instituciones culturales oficiales, para la que Spinoza ha comenzado a
ser modelo escolar entre nosotros no hace más que algunas décadas, a través de
conocidos interpretes y defensores de su forma de filosofar.
(Artículo publicado en El Español, 18-4-2016)
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