Una vez que el siglo XX ha empezado a
alejarse de nosotros en el tiempo se están empezando a hacer los clásicos
balances para destacar en la lejanía las grandes cimas en los diversos campos
del saber y del arte. Y así como se destaca en la física a Einstein y en la
pintura a Picasso, se destaca en la psicología la figura genial de Jean Piaget.
A dichos nombres, indiscutibles ya como grandes figuras en sus respectivos
campos, no se les ve como meros contribuyentes al progreso de sus respectivas
disciplinas sino como personalidades extraordinarias, geniales y muy
diferenciadas en el imaginario social de otros brillantes y prestigiosos
colegas, rivales o colaboradores suyos, aunque sea muy difícil precisar que se
entiende por ello. Puede decirse que fueron figuras que revolucionaron sus
respectivas disciplinas introduciendo con fuerza y decisión nuevos puntos de
vista que acabaron imponiéndose sobre los anteriormente dominantes. Así se
puede ver como se fue agigantando la influencia y la figura de un Einstein o un
Picasso. También le ocurrió lo mismo a Piaget.
Einstein era un gran físico, aunque solo eso, pues como señalo Ortega,
opinaba sobre la guerra civil española como un barbaro especialista, con un
gran desconocimiento de la historia y la sociedad española. Picasso, como decía
Luis Buñuel, era un gran pintor, con una extraordinaria habilidad para el
dibujo, pero solo era eso, un gran pintor, a diferencia de Salvador Dalí, quien
según el cineasta de Calanda, que lo conoció muy bien, se interesaba y podía
conversar y escribir con brillantez sobre materias de otros campos ajenos a la
pintura, como los científicos, conectándolos brillantemente con sus obsesiones
pictóricas, desde el Psicoanálisis hasta el código genético de Watson y Crick.
Piaget, en tal sentido, no puede ser
considerado meramente como un gran psicólogo y solo eso, sino que tiene una
interesante dimensión filosófica en sus comienzos que puede explicar ese
atractivo característico que lo eleva por encima de sus colegas psicólogos de
profesión. Pues la intención inicial de aquel niño prodigio, que en su
adolescencia ya publicaba sus investigaciones en revistas de biólogos
especializados en el estudio de los moluscos, era ya en su juventud llevar a
cabo una nueva Teoría del Conocimiento, que llegará a ser su famosa Epistemología Genética, aplicando
Ideas tomadas del vitalismo de Bergson, cuya lectura de la Evolución Creadora le impresionó de modo especial hace ahora
aproximadamente un siglo. Recibió entonces una especie de revelación primera,
que algunos equiparan a el famoso sueño de Descartes ante la estufa, que
marcaría el rumbo de sus futuras investigaciones. El mismo lo relata en su Autobiografía, I (1896-1914):
“Mientras recogía moluscos (mi padrino) me habló de la Evolución Creadora de Bergson. Fue ésta
la primera vez que yo oí hablar de filosofía a alguien que no fuera un teólogo;
el choque fue inmenso, debo admitirlo.
En primer lugar fue un choque emotivo; recuerdo un atardecer de profunda
revelación: la identificación de Dios con la Vida misma, era una idea que me
preocupaba casi hasta el éxtasis porque me permitía, a partir de entonces, ver
en la biología la explicación de todas las cosas y del espíritu mismo.
En segundo lugar fue un choque intelectual. El problema del conocimiento
(en realidad el problema epistemológico) se me presentó de pronto bajo una
perspectiva completamente nueva y como un tema de estudio fascinante. Esto me
hizo tomar la decisión de consagrar mi vida a la explicación biológica del
conocimiento”
La
comparación con Descartes creemos que aclara mucho sobre la mayor valoración que
Piaget acabará otorgando a su actividad científica en demérito de la fuerte
inspiración filosófica de sus inicios:
"Descartes es el mejor de los ejemplos
de una época en que ciencias y filosofía estaban ya diferenciadas; no porque
sea superior a Leibniz, cuya postura era la misma desde el punto de vista que
aquí nos ocupa, sino porque él mismo explicó de una manera clarísima las relaciones de trabajo que establecía entre sus actividades
filosóficas y científicas: es necesario, decía él, dedicar sólo un día al mes a
la filosofía (detalle de nuevo olvidado por nuestros programas de enseñanza) y
dedicar los demás a unas ocupaciones como el cálculo o la disección.
Ahora bien, si Descartes descubrió la geometría analítica que permite coordinar
las grandezas numéricas y espaciales, ¿es gracias a su doctrina general sobre
el pensamiento y el espacio, dos substancias que sólo con esfuerzo podía
considerar a la vez distintas e indisolublemente unidas?, o ¿podemos pensar que
las investigaciones que ocupaban veintinueve o treinta días de sus meses han
tenido alguna influencia sobre las concepciones elaboradas en el día que
quedaba?" ( J. Piaget, Sabiduría
e ilusiones de la filosofía, Barcelona, Península, 1970, p. 59).
Así pues, Piaget debe ser considerado como
una especie de sabio centaurico, mezcla de filosofo y científico, como había
sido Aristóteles, el propio Descartes, Leibniz, etc., para los cuales la
filosofía no se entiende al margen de sus actividades científicas, las cuales
tienden a ocuparles la mayor parte del tiempo de su vida. De ahí que Piaget
haya tendido a ver sus nuevas propuestas epistemológicas, no ya como algo
puramente fruto de especulaciones filosóficas, como el creía que era el caso de
la explicación kantiana del conocimiento, sino como enraizado en fuertes
evidencias y demostraciones científico-positivas. Ello le llevó en su vejez, en
el ambiente de la Guerra Fría, en el que dominaba la tendencia a entender la
propia filosofía como una ciencia, tanto por el Positivismo Lógico como por el
Marxismo, a pensar exorcizar a la filosofía en su Sabiduría
e ilusiones de la filosofía (1965) y a considerar que su Epistemología
Genética era una obra estrictamente científica.
No obstante
ello, creemos que no existe una ruptura entre un Piaget filosófico y un Piaget
científico. En el mismo sentido se ha manifestado, por ejemplo, Pilar Palop, cuya opinión compartimos plenamente:
“No existe, pues, ruptura sino
continuidad entre esos «dos» Piaget, en apariencia tan dispares. Y esa
continuidad descansa, sobre todo, en la presencia tenaz, dentro de la obra del
ginebrino, de ciertas ideas filosóficas que concibió en su juventud y que nunca
le han abandonado. Son estas ideas las que han inspirado los más fecundos
experimentos de la Epistemología Genética y aquellas que este gran psicólogo
trató siempre de verificar en el terreno empírico.
El mismo Piaget, en un escrito autobiográfico (1966), advertía, con mirada
retrospectiva, que toda su obra se resolvía en la exposición incansable y bajo
formas diferentes de una única idea, a saber: una cierta concepción de
las relaciones entre los todos y las partes.
Acaso
resulte extremada esta afirmación. No es una única Idea la que Piaget ha
perseguido sino un conjunto de ellas. Pero un conjunto tan armonioso y trabado
que bien pudiera designarse como un «sistema», pese a las protestas del propio
Piaget contra quienes le atribuyen el «tener un sistema»”. (Pilar Palop, “El
joven Piaget”, Revista de Educación,
nº 280, 1986, pp. 141-2)
En tal sentido se han manifestado también otros intérpretes
de su obra, como Gilbert Voyat:
“… if Piaget can be said to be mainly
interested in cognition it is because his intent is not, as has often been
stressed, a psychological one, but a philosophical one” (Gilbert Voyat,
“Interview with Jean Piaget”, 1980).
Por ello cremos
que su aportación a la explicación del conocimiento humano, no solo es ante todo filosófica, sino que constituye
una novedad equiparable a lo que fue en su tiempo la explicación aristotélica
del conocimiento humano, la de Locke o la propiamente kantina, que Piaget
acepta como superadora de las anteriores, pero que el mismo consigue superar, a
nuestro juicio. Piaget habría así puesto, como Kant o Descartes, unos nuevos
fundamentos a la Filosofía, aunque no lo pretendiese, que cabría entender como la realización de un punto
de vista nuevo que consigue superar el idealismo y apriorismo kantianos desde
una fundamentación filosófica vitalista o biológica, que toma de Bergson. Pero con la genial diferencia de que la acción cognoscitiva más intuitiva e inmediata, según Piaget y
contrariamente a lo que sostenía
Bergson, conlleva en si misma una lógica. Además, dicha lógica tiene su
fuente originaria, no ya en la Materia inorgánica o en un Yo “mental” fichteano, sino en
la organización espontanea de las acciones corporales más elementales. Por ello,
para Piaget, las acciones u operaciones de un sujeto vivo, dado en un medio
natural al que tiene que adaptarse, -siendo el propio conocimiento inteligente
un mecanismo más de adaptación-, cumplen el papel de una forma más positiva y
real que el que Bergson atribuía a una vaporosa
intuición supraintelectual, por su capacidad o habilidad de contrucción
creadora de nuevas estructuras cognitivas, captación de transformaciones y no
de meros cuadros estáticos de la realidad, por su movilidad y engarce
isomórfico con otras estructuras biológicas (redes nerviosas y neuronales).
Esta es la Idea filosófica que Piaget habría concebido en su juventud y que el
mismo en su Autobiografía considera,
recogiendo el pensamiento bergsoniano de que un gran filósofo no hace más a lo
largo de su vida que pensar a fondo una sola Idea, como la que ha guiado todas
sus investigaciones posteriores. La Idea de que el conocimiento deriva de la
estructuración lógica de las acciones de un sujeto corporeo operatorio, de un
sujeto quirúrgico, dotado de manos, tan imprescindibles para un sujeto
inteligente como son las manos para un cirujano.