La obra filosófica de
Fichte parece que vuelve a despertar interés en
relación con la filosofía contemporánea. Pues, del mismo modo que se
está produciendo un re-descubrimiento de la Fenomenología de Husserl y
Merleau-Ponty en relación con la llamada
corriente de la “mente corporeizada” (Embodied Mind) (Ver en este Blog “La vuelta a Husserl de Dan Zahavi”,5-3-2012), se está interpretando la obra de Fichte como un inicio de la crítica que, en el
mundo de la filosofía analítica del lenguaje y la hermenéutica lingüística de
los Habermas, Apel, etc, se abrió con la consideración de los famosos “actos de
habla” de Austin como una interpretación activista de las proposiciones
comunicativas. En tal sentido se mueve Isabelle Thomas-Fogiel: Critique de la Représentation. Étude sur
Fichte (2000), y Fichte. Réflexion et
Argumentation (2004), destacada y brillante interprete de la difícil Wissenschaftslehre fichteana, tanto por
la dificultad de la tortuosa exposición como de la multiplicidad de versiones
existentes de la misma. Fichte habría anticipado ya, según dicha autorizada interprete,
la necesidad de interpretar las representaciones proposicionales de hechos
desde las acciones. En tal sentido, en tanto que Fichte propone una explicación
sistemática del conocimiento desde la estructuración genética de las acciones,
una especie de Actiología o “logique des actes”, como señala I. Thomas-Fogiel (Critique de la Represéntation, p.114), creemos
que se puede revalorizar la teoría del conocimiento de Fichte aún más si se
pone en conexión con la Teoría del Conocimiento o Epistemología Genética de
Jean Piaget. Como muestra de ello reproducimos aquí un capítulo tomado de mi libro
Principios filosóficos del Pensamiento
Hábil (2009): “El Idealismo de Fichte a la luz de Piaget” (pgs. 68-78):
“Así como hubo un segundo Heidegger, no
hubo propiamente un segundo Ortega. Si Ortega no hubiese fallecido en 1955 y
hubiese sobrevivido a la moda existencialista, se encontraría con otra moda
filosófica, la del Estructuralismo francés, en la que hubiese encontrado una
afinidad metodológica mayor para dar con los estímulos que le permitiesen un
desarrollo sistemático de la razón vital, del 'ser ejecutivo' en cuanto núcleo
de una nueva filosofía. Con esta moda estructuralista se encontró la generación
de Eugenio Trías, la llamada generación del 68 o de la Transición a la
democracia en España. En ella forjó el filósofo barcelonés su idea de la
filosofía como algo dual, que coexiste de forma insuperable con una sombra.
Intuición que le llevaría a concebir eso que media entre ambas como el límite o
frontera, como quicio sistemático a partir del cual elaborar la reflexión
sistemática de una filosofía dual, 'trágica', dioscúrica, que
Ortega se propuso y nunca culminó. Influida por ese mismo Estructuralismo mi
generación, se encontró con un arsenal de descubrimientos de la nueva
Psicología Evolutiva de Piaget que ciertamente le hubieran permitido también ya
a Ortega justificar positivamente el origen del conocimiento en el “ser
ejecutivo”. Por ello se abre para nosotros, que, en términos de Ortega, pertenecemos
a la generación inmediatamente siguiente a la de Trías, la oportunidad de
revitalizar y sistematizar la razón vital, entendida como una razón fronteriza,
esto es, como una racionalidad que no está ni en la cabeza ni enteramente fuera
de ella, sino en las extremidades del propio cuerpo. Para ello trataremos de
desarrollar dicha sistematización de la razón vital a través de una nueva
versión positiva del método fenomenológico, pero sustituyendo el lema 'a las cosas mismas', por el de 'a las operaciones mismas', un punto de vista que podemos denominar operatiológico, entendiendo la razón manual bajo la especie de la razón fronteriza.
Para ello es preciso profundizar
previamente en la línea de superación del Idealismo moderno que había iniciado
Ortega mismo. Como es sabido, dicha superación es la tarea con que se inicia la
filosofía contemporánea. Marx y Engels vieron en Hegel el punto de referencia
para, invirtiéndolo, pasar a una filosofía inversa del idealismo, el materialismo,
conservando las virtualidades del método dialéctico hegeliano. Schopenhauer, que inicia otra corriente
contemporánea, el Vitalismo, abominando de Hegel, propone volver a Kant para, a
partir de él, salir del idealismo hacia una filosofía de la vida, no de la
conciencia, al entender que el noumeno del que hablaba Kant, no es una
Cosa inerte, sino algo vivo, la Voluntad. Ortega, insatisfecho con el utopismo
a que condujo el marxismo tras la Revolución Soviética y con el irracionalismo
vitalista que alimentó la reacción fascista, ve en
un filósofo situado entre Kant y Hegel, en Fichte, el verdadero hombre a batir
en tanto que es el punto más alto a que alcanza el idealismo moderno: “No es
éste el lugar adecuado para mover guerra al pecado original de la época moderna
que, como todos los pecados originales, a decir verdad, fue condición necesaria
de no pocas virtudes y triunfos. Me refiero al subjetivismo, la enfermedad
mental de la Edad que empieza con el Renacimiento y consiste en la suposición
de que lo más cercano a mí soy yo - es decir, lo más cercano a mí en cuanto a
conocimiento, es mi realidad o yo en cuanto realidad. Fichte, que fue antes que
nada y sobre todo un hombre excesivo, lo excesivo elevado a la categoría de
genio, señala el grado máximo de esta fiebre subjetiva, y bajo su influjo
transcurrió una época en que, a cierta
hora de la mañana, dentro de las aulas germánicas se sacaba el mundo del yo
como se saca uno el pañuelo del bolsillo. Después de que Fichte iniciase el
descenso del subjetivismo, y acaso en estos momentos, se anuncia como el vago
perfil de una costa, la nueva manera de pensar exenta de aquella preocupación”[i].
En tal sentido Ortega propuso sustituir el
Yo de Fichte por la Vida, entendida no de modo irracionalista o intuitivo y
vago, como todavía acontecía en Bergson, sino de modo rigurosamente racional,
tal como se iba configurando en la biología más avanzada de su tiempo, como
prueba el libro de Manuel Benavides Lucas De la ameba al monstruo propicio.
Raíces naturalistas del pensamiento de Ortega y Gasset, citado más arriba.
Pero el proyecto de Ortega no llegó a adquirir una forma sistemática plena,
equivalente a la de Fichte. No pudo desplegarse hacía una nueva formulación de la 'filosofía primera' que, desde la Revolución kantiana, no puede
ser otra que la explicación de nuestro conocimiento del mundo, tanto del
teórico como del práctico, pues lo que sea el mundo en si mismo, al margen del
sujeto, es algo insondable y completamente misterioso.
Después de la muerte de Ortega, y a lo
largo de la segunda mitad del siglo XX, se han producido avances muy
importantes en la explicación biológica del conocimiento y la cultura humana.
Así ha ocurrido con los importantes descubrimientos de la Psicología
genético-evolutiva de Jean Piaget en el campo de la ontogenia del conocimiento
humano y por otra parte, en el campo de la filogenia, se han producido grandes
avances de la paleo-antropología ayudada de otras ciencias como la anatomía, la
neurología, la psico-lingüística, etc. En ambos casos hay una confluencia en la
atribución del origen positivo de la inteligencia humana a un conjunto de
cambios anatómicos, en los que las extremidades del cuerpo, especialmente las
manos, juegan cada vez más un papel central y decisivo tanto en relación con la
adquisición de una conducta inteligente en los niños como en la explicación del
aumento del tamaño y capacidad cerebral en los homínidos. Por ello cabe hoy la
tarea de retomar, a la luz de estos nuevos descubrimientos y avances científico
positivos, la tarea, que Ortega inició, de superar el Idealismo tomando de
nuevo la sistematización filosófica de Fichte como modelo a rectificar, para, a
partir de él, profundizar en la sistematización del racio-vitalismo. En tal
sentido la coincidencia de Fichte y Piaget en la tesis que mantiene que el
origen del conocimiento humano descansa primordialmente en la acción del sujeto
y no tanto en los datos de los sentidos, nos permite iniciar una rectificación
de las tesis idealistas fichteanas a la luz de los resultados y planteamientos
de Piaget.
Como vimos, los Principios de Fichte eran
los principios a priori del conocimiento humano. Por eso los ponía en
relación con los axiomas últimos de todo pensamiento lógico. No obstante el
error de Fichte, según podemos ver hoy a la luz de Piaget, no está tanto en
relacionar los primeros principios filosóficos con los primeros principios
lógicos sino en la concepción “proposicionalista” que Fichte tiene del saber
científico o racional.
Pues, desde las posiciones alcanzadas por
el estructuralismo piagetiano, ya no se puede decir que las proposiciones
científicas tengan sentido aisládamente consideradas, sino en
tanto que forman parte de estructuras operatorias de las que son resultado,
como partes dependientes de una
totalidad que las engendra. Por ello la superación del idealismo fichteano pasa
por la reforma de la nueva concepción fichteana de los fundamentos, para sustituirla
a continuación por otro tipo de estructuras básicas que, en el sentido genético
positivo de Piaget, caracterizan no ya la acción del Yo, cuanto las actividades
de un sujeto biológico dado en un medio natural en el que opera.
En tal sentido, las adquisiciones en la
explicación del conocimiento humano alcanzadas por Piaget respecto al idealismo
alemán, deben ser consideradas como las que Kant alcanzó en el planteamiento
del problema del conocimiento con su crítica del realismo dogmático. Pues
Piaget abre un nuevo punto de vista en la explicación del conocimiento que,
conservando el punto de vista trascendental o estructural alcanzado por Kant,
consigue dar una explicación del conocimiento que no es ya idealista, sin
recaer por ello en el realismo o materialismo pre-kantiano, como hacen el
positivismo y el marxismo en sus diversas variedades. El estructuralismo
operatorio piagetiano consiguió reconocer, en la conducta de los sujetos en
relación con el medio externo, la existencia de estructuras que regulan la
conducta cognitiva y que tienen un carácter no puramente subjetivo, sino
objetivo, en el sentido de universal y necesario, dado característicamente por
el cierre de las operaciones. Por otra parte dichas estructuras no tienen un
carácter a priori como pensaba Kant y Fichte, sino que son construidas
por los sujetos operatorios según principios básicos que regulan los
denominados “agrupamientos” algebraicos. Por ello no se captan pasivamente sino
a través de la acción. Una acción que ya no es propiedad o característica que
manifiesta la libertad de un sujeto puro o autónomo, esto es no determinado o
heterónomo. Pues Piaget ha puesto de manifiesto que dicho sujeto no es puro,
sino que es un organismo vivo, por tanto fenoménico y positivo, dado en
relación de coexistencia con un medio natural y positivo.
El carácter constructivo, y no dado a
priori, de dichas estructuras cognoscitivas, comunes a todos los sujetos a
partir de unas fases o periodos de madurez alcanzada por evolución, aunque no
implica ya una característica de autonomía del sujeto si implica una capacidad
o habilidad autorregulativa en su adaptación al medio. Autorregulación, pues, no
quiere decir que
el sujeto se
da a sí mismo las estructuras, como si fuese una
entidad exenta del medio en una suerte de concepción antinómica que contraponga
el reino nouménico de la libertad al reino fenoménico de la necesidad natural.
El sujeto, en tanto que sujeto vivo operatorio está indisolublemente unido al
medio, sin el cual no se concibe su existencia. Pero ello tampoco implica que
su conducta esté completamente determinada por el medio. Desde Waddington, según Piaget,
se admite que en la evolución biológica no todo es preformación
genética, sino que el organismo ya embrionario construye algo en su estrategia
adaptativa, por lo que es necesario tener en cuenta la interacción con el medio
a la hora de explicar el origen de las estructuras del conocimiento humano. Por
ello tales estructuras no son enteramente innatas, sino que debido a la
adaptación o, dicho kantianamente, con ocasión de la experiencia, pueden sufrir
transformaciones. Dichas transformaciones adaptativas exigen una participación
del sujeto, una habilidad para regular su conducta ante nuevas situaciones que
no pueden ser asimiladas sin acomodaciones previas. De ahí que se admita una
capacidad al sujeto, sino de creación de la nada o desde si mismo de las
estructuras nuevas, sí de
autorregulación de su conducta por transformación de unas estructuras ya
existentes en otras nuevas que se acomoden mejor al medio. Es por tanto el
sujeto operatorio corpóreo, y no el Yo, el que está a la base, en definitiva,
como origen y causa del enlace de nuestras representaciones del mundo.
Mediante lo que Piaget llama 'abstracción reflexionante', dicha
actividad originaria del sujeto, que en principio alcanza estructuras sencillas
de “grupo”, es incorporada posteriormente en estructuras del conocimiento más
complejas por complicación de nuevas operaciones, propiedades, etc., en una
especie de construcción algebraica en cascada, muy diferente de una mera
deducción geométrica lineal. Dicha construcción es dialéctica como quería
Fichte. Pero, sólo en un sentido negativo, pues la dialéctica no es ahora el
motor positivo que la explica. Dicho motor es la construcción operatoria, que
logra establecer estructuras cerradas cuando consigue precisamente neutralizar
la contradicción, aunque dicha neutralización no sea
completa y definitiva, como puso de relieve en las construcciones de
estructuras lógicas por deducción el Teorema de Gödel. Siempre hay al menos una
parte de la construcción que es indeducible internamente y remite por ello a
otras estructuras previas envolventes, en una especie de cascada deductiva[iii].
La dialéctica no se da por tanto, como
pensaba Fichte, entre Proposiciones que expresan un Principio lógico, sino
entre estructuraciones de la realidad
expresadas por agrupaciones operatorias de diferente
jerarquía, las cuales flotan en la realidad sin cerrarla o agotarla completamente,
sin tocar fondo. Dichas estructuras no brotan de la conciencia del sujeto o de
su espontaneidad mental, sino de la interacción del sujeto con el medio en la
cual se produce la coordinación de las acciones organizadas por el sujeto en
estructuras operatorias, en agrupaciones originarias que son, por ello,
trascendentales en el sentido kantiano, pues son las condiciones básicas en que
se sustenta el desarrollo de los conocimientos posteriores y superiores. De ahí
que Piaget trate de enlazar una concepción realista del conocimiento, pues el
sujeto está indisolublemente unido al medio físico, del cual no se puede
concebir separado, con una posición trascendental, en el sentido de que la
objetividad de las estructuras cognoscitivas se derivan del sentido activo y
constructivo que caracteriza al propio sujeto, en cuanto organismo activo y
operatorio. Dicha transcendentalidad no descansa en ningún hecho, sino en una
acción positiva, en la autorregulación como expresión máxima de la
habilidad adaptativa humana. Es el equivalente de lo que Fichte denominaba
Thathandlung como esencia del sujeto humano, pero que entendía en un
sentido idealista como autogénesis o autodeterminación, mientras que Piaget,
desde una posición que quiere evitar el idealismo y el realismo ingenuo o
dogmático, la entiende como autorregulación, lo que elimina el sentido de
creación o construcción de estructuras de la nada, o sacadas del propio sujeto
por autorreflexión interna, etc. No hay tal creación, pues, originariamente,
solo hay reconstrucción por autorregulación en la conducta externa, y no en la
pura interioridad del sujeto. El sujeto humano, en cuanto reconstruye por
autorregulación las condiciones de asimilación del medio, no es un sujeto
meramente empírico, sino que es trascendental, en el sentido de que su rasgo más propio y esencial es el
operar, el construir estructuras. Dicha condición autorreguladora del sujeto
no sólo debe ser entendida, como hace Piaget, como la que garantiza la
trascendentalidad y objetividad del conocimiento humano, sino, además, como la
que permite fundar la propia libertad humana, entendida positivamente, en tanto
que dicha habilidad autorreguladora garantiza la conservación viva de los
propios sujetos humanos en cuanto humanos, en su enfrentamiento con la naturaleza
o con otros sujetos no-humanos, que amenacen la pervivencia de la especie
humana.
Desde este punto de vista, el organismo
humano debe ser analizado ahora, no como un compuesto de materia (cuerpo) y
forma (alma), sino como una estructura integrada por sistemas terminales o
básicos (células o conjuntos de células), operacionales o corticales
(extremidades, glotis) y relacionales o conjuntivos (cerebro alojado en la
cabeza, medula espinal, nervios). Y en vez de decir con Fichte que el Yo es en
tanto que se pone y se pone en tanto que es, decimos que el sujeto humano
sobrevive en tanto que se autorregula en su interacción con el medio y puede
volver a autorregularse en tanto que consigue adaptarse y sobrevivir. En tal
sentido, dicha actividad, que no es meramente un hecho empírico sino
trascendental a posteriori, no se capta a través de una mera intuíción
sensible sino que se capta por una intuición
de las operaciones, que en el caso de Fichte, en tanto que dichas acciones u
operaciones eran puramente mentales, dicha intuición se denominó intuición
intelectual; pero en el caso de Piaget la captación de las operaciones
conductuales positivas, y no meramente mentales, se realiza por la
reconstrucción clara y distinta de la estructura operatoria resultante de la
coordinación de acciones corporales. Lo que se capta originariamente no son
meras sensaciones, como son las que se dan en la intuición sensible, sino
acciones que se relacionan con sensaciones.
Dicha intuición de acciones coordinadas en
una estructura, que no es originariamente mental como en Fichte, sino corporal,
y en general pre-consciente, actu exercitu y no actu signato,
sólo adquiere sentido en tanto que las propias acciones son coordinadas o
agrupadas en estructuras conceptuales básicas muy sencillas. La
reflexión del Yo que se capta a
sí mismo es entendida, en un sentído no
idealista, como la de un sujeto que coordina sus acciones, en formas abstractas
cada vez más complejas y que se elevan como si formasen una pirámide invertida
no apoyada en su base sino suspendida de su
cúspide que permanece inconclusa y abierta. Esta captación o intuición
de las acciones es lo que caracteriza propiamente a la inteligencia humana,
según Piaget, pues las sensaciones tienen sentido en tanto que se subordinan a
la acción. El sujeto psicológico piagetiano, en tanto que es más un actuar, más
un estar en un medio que un Ser ensimismado, sólo se capta propiamente a través
de sus acciones. El sujeto está, sobrevive y existe en un medio en tanto que se
autorregula. Solo se obtiene y comprende el sistema de las acciones universales
y necesarias del sujeto, esto es sometidas a las categorías de la substancia,
causalidad, etc., en tanto que se subordina la experiencia puramente sensacionista
a la observación de las clases o modos de acciones a las que se ligan dichas
sensaciones.
Una forma hábil de pensar, en el sentido
que hemos dado a esta expresión[iv],
debería exponer como surge y se constituye el sistema de las estructuras básicas
del pensamiento humano. Dicho modo no puede ser otro que el genético, basado en
los descubrimientos de la Psicología evolutiva de Piaget para la explicación de
las habilidades de la inteligencia prelingüistica a partir de las coordinaciones
de acciones y en especial de las manipulaciones. O el de las más recientes
Ciencias Cognitivas en las que se apoyan G. Lakoff & M. Johnson para explicar la formación de la habilidad
lingüística a través de la formación de mapas metafóricos, generados y determinados
con base orgánica en las actividades neuronales y sensorio-motoras[v].
Desde dicha perspectiva operatoria corporal, hay en la inteligencia humana una
triple dimensión: la de los términos (acciones), la de las relaciones entre
dichos términos (las estructuras) y las de las acciones u operaciones mismas,
que se corresponde con una diferenciación de la realidad entre lo material, lo
formal y lo propiamente vivo, que no se reduce ni a lo uno ni a lo otro.
No obstante, para Piaget, influido por el
rechazo positivista de la filosofía especulativa y paracientífica, la
fundamentación del conocimiento humano en la acción era una
tarea estrictamente científica, que debía ser
llevada a cabo por la Epistemología Genética, como una rama científica
más[vi]. Este prejuicio positivista o cientifista de Piaget ante la filosofía
no tiene que ser necesariamente compartido por aquel que admita y apruebe la
nueva concepción operacional del conocimiento que supone su aportación
fundamental. Por ello el que Piaget manifestase su rechazo a que, por métodos
puramente especulativos, como los de la filosofía más influyente de su época,
la Fenomenología, se podría avanzar en la comprensión del conocimiento humano,
no quiere decir que deba abandonarse
completamente la tarea propiamente filosófica.
Ya decía Kant en El
conflicto de la Facultades que la filosofía nunca entraba en conflicto
directamente con la señora ciencia, pues era como una criada suya que la
acompañaba, yendo unas veces delante de ella iluminando el camino con una
antorcha y otras veces detrás sosteniendo la cola de su vestido. En tal sentido
la filosofía fenomenológica fue un caso de lo primero, pues gracias a las
críticas de Brentano y Husserl al empirismo asociacionista dominante en la Psicología positivista del
siglo XIX, se consiguió iluminar y abrir nuevos caminos a la Psicología
científica que se sustanciaron en importantes e influyentes escuelas como la de
la Gestalt, o la Psicología del Pensamiento alemana (Escuela de
Wurzburg). En otras ocasiones la filosofía va detrás, como en el caso del
propio Kant, quien se propone extraer las consecuencias del factum
científico newtoniano para renovar la teoría del conocimiento. En tal sentido
la Psicología evolutiva del niño en Piaget, ha significado un gran avance
científico pero, a la vez, ha abierto el camino a un renovación de la teoría
general del conocimiento en términos de un nuevo punto de vista que rebasa, por
sus implicaciones, el campo científico para incidir en terrenos propiamente
filosóficos. Lakoff & Johnson han comprendido perfectamente esto, pues su
rechazo de una filosofía apriorista e idealista, representada en su país
principalmente por la filosofía analítica, no les lleva al rechazo de toda
filosofía, sino a tratar de reformarla profundamente[vii].
Decíamos más arriba que Fichte tenía una
Idea proposicionalista o hipotético deductiva de lo que es una ciencia. Todavía
estaba determinado por el hilemorfismo aristotélico, en el sentido de que la
forma sistemática de una ciencia se basaba en una única proposición fundamental, en cuyo contenido descansaba la
evidencia o certeza originaria que por deducción formal se comunicaría a las
demás, en el sentido de que, si la primera proposición es cierta, también
lo serían todas las que se derivasen de ella por procedimientos rigurosamente
deductivos. Por tanto la filosofía, para ser rigurosa, tenía que adoptar un
procedimiento similar. Por supuesto que para Fichte, siguiendo a Kant, la
filosofía no busca una sistematización categorial que relacione con certeza, a
través de los esquemas de la imaginación, concepto e intuición sensible, como
hace la Física de Newton, sino que busca una sistematización trascendental, la cual
solo se alcanza buscando, no las Categorías, sino las Ideas
fundamentales mismas. Dichas Ideas, a diferencia de Kant que las consideraba
resultados problemáticos de cadenas silogísticas, Ideales regulativos y no
constitutivos, deberían expresarse para Fichte no en silogismos, sino en
proposiciones constitutivas o fundamentales, como había empezado a hacer Espinosa, en proposiciones ya no problemáticas sino plenamente evidentes y
ciertas, cuya evidencia trasciende de ellas mismas y es comunicada, ya no more
geométrico, como quería Espinosa, sino siguiendo el método dialéctico de
las tesis, antítesis y síntesis, al resto de las proposiciones que conforman
los saberes humanos.
[i] J. Ortega y Gasset, “Ensayo de
estética a manera de prólogo”, O.C., T. I, Madrid, Taurus, 2004, pp. 669-670.
[ii] “…lo propio de la abstracción
reflexiva que caracteriza al pensamiento lógico-matemático consiste en ser
extraída, no de los objetos, sino de las acciones, tales como las de reunir,
ordenar, poner en correspondencia, etc. Pero precisamente estas coordinaciones
generales son las que se vuelven a encontrar en el grupo…”, J. Piaget, El
estructuralismo, Buenos Aires, Proteo, 1972, p. 21. Hay aquí una profunda
semejanza, que no queremos dejar pasar, con la tesis decisiva que Fichte opuso
a Reinhold cuando sostuvo que el conocimiento humano no descansa sobre la
existencia de una sensación o hecho objetivo (Thatsache) sino sobre la
intuición de una acción (Thathandlung). Una posición similar fue desarrollada
en Francia por Maine de Biran y continuada por Felix de Ravaisson, como crítica
del sensualismo empirista ingles tan influyente en Condillac.
[iii] “En 1931, Kurt Goedel hizo un
descubrimiento cuya repercusión fue considerable porque, en definitiva, ponía
en tela de juicio las opiniones reinantes, tendentes a una reducción integral de las matemáticas a la lógica, y de ésta a la pura formalización; y porque
imponía a ésta fronteras, sin duda móviles o vicariantes, pero siempre
existentes en un momento dado de la construcción. En efecto, demostró que una teoría, aun suficientemente
rica y coherente, como por ejemplo la aritmética elemental, no puede llegar por
sus propios medios, o por medios más 'débiles' (en el caso
particular la lógica de los Principia matemática de Whitehead y
Russell), a demostrar su propia no contradicción (…). La segunda enseñanza
fundamental de los descubrimientos de Goedel consiste, en efecto en imponerla
(la construcción jerarquizada) de modo muy directo, pues para acabar una
teoría, en el sentido de la demostración de su no contradicción, no basta ya
con analizar sus presuposiciones, ¡sino que resulta necesario construir la
siguiente! Hasta entonces se podía considerar que las teorías formaban una
hermosa pirámide que descansaba sobre una base que se bastaba por sí misma,
siendo el piso inferior el más sólido, pues estaba constituido por los más
simples. Pero si la simplicidad se convierte en signo de debilidad, y si para
consolidar un piso es preciso construir el siguiente, la consistencia de la
pirámide se encuentra en realidad suspendida en su cúspide, y en una cúspide
inconclusa por sí misma, y que debe ser elevada sin cesar. La imagen de la
pirámide exige entonces ser invertida, y más precisamente remplazada por la de
una espiral de giros cada vez más amplios en función del ascenso”, J. Piaget,
Ibid. pp. 32-33.
[iv] M. F. Lorenzo, “Para la
fundamentación de un pensamiento hábil”, Studia-Philosophica, Universidad
de Oviedo, 1998, pp. 297-318. Este artículo se haya disponible, via Internet,
en el nº 13 de la revista Devenires de la Universidad de Michoacán
(Méjico). También en: http://www.manuelflorenzo.webs.tl.
[v] “Concepts arise,
and are undestood througt, the body, the brain, and experience in the wordl.
Concepts get their meaning through embodiment, especially via perceptual and
motor capacities. Directly embodied concepts include basic-level concepts,
spatial-relations concepts, bodily action concepts (e.g., hand movement),
aspect (that is, the general structure of actions and events), color, and
others. Concepts crucially make use of imaginative aspects of mind: frames, metaphor,
metonymy, protypes, radial categories, mental spaces, and conceptual blending.
Abstracts concepts arise via metaphorical projections from more directly
embodied concepts (e.g., perceptual and motor concepts)”, G. Lakoff & M.
Johnson, Philosophy in the flesh, New York, Basic Books, 1999, p. 497.
[vi] Un análisis de las resistencias
positivista de Piaget frente a la filosofía se encuentra en Pilar Palop, Epistemología
genética y filosofía, Barcelona, Ariel, 1985.
[vii] “Linguistic is the
arena in which one can most clearly see the constraining effects of a priori
philosophical worldviews. We have arguing for an experientially responsible
philosophy, one that incorporates results concerning the embodiment of mind,
the cognitive unconscious, and metaphorical thought. Cognitive linguistics,
which incorporates such results, provides an empirically responsible linguistic
theory that could be the basis for an empirically responsible philosophy of
language”, G. Lakoff & M. Johnson, Ibid., p. 512.
Manuel F. Lorenzo
Manuel F. Lorenzo
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