Poníamos en relación, en un artículo anterior ( "De Piaget a Gustavo Bueno II") la obra de Gustavo Bueno con la de Piaget, en el sentido de que el suizo habría elaborado una Teoría del Conocimiento operacional que habría influido en la concepción de la ciencia (Teoría del Cierre Categorial) de Gustavo Bueno y en su Sistema denominado el Materialismo Filosófico. Bueno, sosteníamos, sería continuador y culminador del operacionalismo epistemológico piagetiano en una formulación estrictamente filosófica que en Piaget nunca fue alcanzada. Pues Piaget, como es sabido, acabó
renunciando al origen filosófico de su proyecto Epistemológico de juventud e
inclinándose a considerarlo una tarea puramente científica que se reduciría al
campo de la Psicología evolutiva y al de la Historia de la Ciencia, junto con
las aportaciones inter-disciplinares pertinentes de los propios científicos
especialistas en sus respectivos campos de conocimiento. Renunciaba así a
formular una nueva Teoría filosófica de la Ciencia como alternativa a las
defendidas en la tradición filosófica contemporánea por el Positivismo Lógico
iniciado con el Círculo de Viena. El viejo Piaget cientificista, que tanto lucho contra el empirismo dominante en el Positivismo del Circulo de Viena y en la escoslática de la filosofía Analítica anglosajona, acabaría entrando en
contradicción con el joven Piaget que forjó sus primeras intuiciones
filosóficas una tarde de inspiración, según confiesa en su Autobiografía, en la cual se le apareció el èlan vital bergsoniano como el trasunto del mismo Dios:
“Pero mi padrino (…) encontraba que estaba
demasiado especializado y quería enseñarme la filosofía. Mientras recogía
moluscos me habló de la Evolución
creadora de Bergson. Fue ésta la primera vez que yo oí hablar de filosofía
a alguien que no fuera un teólogo; el choque fue inmenso, debo admitirlo. En
primer lugar fue un choque emotivo; recuerdo un atardecer de profunda
revelación: la identificación de Dios con la Vida misma, era una Idea que me
preocupaba casi hasta el éxtasis porque me permitía, a partir de entonces, ver
en la biología la explicación de todas las cosas y del espíritu mismo” (Autobiografía, I, 1896-1914).
Esta “profunda revelación”, que podríamos comparan al famoso sueño de Descartes ante la estufa en el que concibió el
principio de su filosofía, hace de Piaget un filósofo en origen que pone el
principio a una nueva concepción del biológica conocimiento que irá más allá que Kant o la
Fenomenología husserliana, entonces en boga.
Pero el viejo Piaget, en su libro Sabiduría e ilusiones de la Filosofía
(1965) contradecirá al joven al renunciar a sus proyectos filosóficos de juventud tratando de
sustituirlos por proyectos meramente científico positivos. Según la
interpretación que estamos desarrollando, el Materialismo Filosófico de Gustavo
Bueno puede verse como la propuesta de superar dicha contradicción al conseguir
desarrollar una nueva Teoría filosófica de la ciencia, la Teoría del Cierre
Categorial, que incorpora y se apoya en la concepción corpórea operatoria del
conocimiento introducida con gran éxito por Piaget. Una teoría que además no pretende ser meramente filosófico especulativa, como reprochaba el propio Piaget a las
Teorías filosóficas anteriores, sino que pide, para su desarrollo y
profundización el análisis positivo y sistemático de los resultados
científico-positivos con cierto detalle para evitar cualquier generalización
apresurada o indebida.
No obstante, el problema en la obra de Bueno se traslada,
ya no a la elección entre ciencia y filosofía, como ocurría en el Piaget
maduro, que resulta ser capciosa para Bueno, pues ciencia y filosofía, aunque
sean desarrollos de la misma razón humana, no disputan el mismo terreno, pues
las ciencias tratan de los Conceptos categoriales y la filosofía de las Ideas
transversales a las categorías científica, como ya sostenía Kant. El propio
Gustavo Bueno ha desarrollado una obra filosófica dilatada en el tiempo, abundante y llena
de grandes aciertos, que no es ocasión de enumerar aquí, transfiriendo la
concepción operatoria piagetiana a campos filosóficos nuevos como el ya aludido de la
Teoría de la Ciencia, además de otros como el de la Filosofía de la Religión,
en El animal divino (1985) o el de la
Política, en el Primer ensayo sobre las
categorías de las “ciencias políticas” (1991), por citar dos de los más
importantes. Pero ha acabado dejando traslucir una nueva contradicción,
funcionalmente similar a la de Piaget, pero ahora con otros parámetros, entre
su primera etapa de producción filosófica próxima al marxismo y a la izquierda política y social y una
segunda etapa en la que mantiene posiciones políticas de signo contrario a las marxistas, con una
especie de discursos impregnados de un nacionalismo reivindicador del papel
histórico jugado por el Imperio español, frente a sus críticos izquierdistas,
materializados en varios libros de contenido histórico-político y éxito
editorial.
Nuestra propuesta de una interpretación se orienta hacia la superarión de dicha contradicción, que por causa de banderias políticas,
amenaza el progreso y la consolidación de la nueva filosofía abierta por influjo de Piaget y que
denominamos de raíz Operatiológica, para no confundirla con el Operacionalismo
del positivismo pragmatista de Bridgman de principios del siglo XX, y recoger
su mayor afinidad con la Fenomenología husserliana; dicha propuesta gira ahora en un terreno
internamente filosófico-ontológico que se remite a razones estrictamente
filosóficas (cuya manifestación fenoménica son las contradicciones filosófico-políticas
que dividen a sus seguidores) que precisa poner en cuestión la interpretación buenista de
Spinoza, que se caracteriza precisamente por presentarse como opuesta a la vuelta del revés de Spinoza que en su día hizo Fichte llevando a cabo una hegeliana "negación de la negación":
“ El idealismo absoluto de Fichte podrá
ser considerado, en efecto, como la plena conciencia atea que de sí misma
alcanza dialécticamente la concepción cristiana (…) Por consiguiente, nuestra
tesis (…) constituye, a la vez, la antítesis del idealismo y es así una tesis
materialista”, G. Bueno, El sentido de la
vida, Pentalfa, Oviedo, 1996, p. 93).
Pues, según decíamos en el artículo citado más arriba, Schelling
no veía la superación del Idealismo fichteano de este modo, sino que en vez de
invertirlo, como hace Bueno, lleva a cabo una nueva interpretación del Dios Substancia
spinozista como un Organismo vivo que posee dos atributos opuestos, Pensamiento
y Extensión y que, además, está dado in
medias res, como una plataforma o un punto de apoyo únicamente desde el
cual, -pues no hay un punto de vista libre y racional o enteramente objetivo y
neutral, fuera de la propia vida orgánica-, solo se puede dar un sentido
racional a la existencia del mundo. Así, el fondo de la propia existencia del
mundo es, en terminología del viejo Schelling,
sin razón (Ungrund). Solo Dios
como Identidad o Vida es en Schelling el origen de la razón (Urgrund). En tal sentido Schelling
realiza una interpretación vitalista avant
la lettre de Spinoza que expresa lo que denominamos una forma hábil de
pensar, pues evita la contradicción a que conduce empezar por la Materia o por
su opuesto, el Yo fichteano. Una forma hábil de pensar que contemple tales posiciones
como posiciones extremas resultantes de un análisis insuficiente en tanto que
parte de lo que Bergson llamaba un “mixto mal analizado”. Pues si la Substancia
de Spinoza es ya en su esencia una realidad mixta (Extensión y Pensamiento)
sería un error tratar de reducirla a uno de los dos. Es cierto que Gustavo
Bueno pretende evitar tal reduccionismo distinguiendo Géneros de Materialidad,
pero entonces el término Materia, que vale lo mismo para la materia física que
para la espiritual, se vuelve equívoco en relación con el uso lingüístico común
y más extendido. De ahí la incomprensión que genera tantas veces dicha
filosofía. Pues, si “materia” se toma en el sentido de realidad básica, entonces cuando se dice
la materia de la Luna, la materia de un poema, no se dice lo mismo, pues en el
primer caso es la materia física y en el segundo el “asunto” y no las letras de
tinta. Bastaría con decir que tanto una cosa como la otra tienen en común el
ser reales. Pero su realidad no es absoluta, sino que siempre apunta a un
sujeto vivo que construye con sus acciones el mundo fenoménico y da significado a las cosas. Ese
sujeto es material, corpóreo, por supuesto, pero su esencia es su habilidad vital operatoria. Desde esta posición la vida no puede ser construida mecánicamente
desde la mera materia, pues hay ahí un dialelo, aunque si se pueda producir
materia, como un desecho cuando un organismo muere. La materia así entendida tiene sentido meramente negativo, como lo inerte, lo sin vida, pero la vida no se puede reducir a una propiedad o atributo de la materia.
La solución schellinguiana nos
aproxima también a una reivindicación del racio-vitalismo orteguiano como vía
que trata de superar el Idealismo fichteano evitando a la vez el materialismo,
considerado no solo en el ejemplo del marxismo, del que Ortega siempre
desconfió, sino del Materialismo considerado como una posición Metafísica que
se deja atrás con la emergencia de la modernidad filosófica. Pues otra de las
características de la filosofía buenista es el rechazo visceral de la aportación
filosófica orteguiana que propugnaba el desarrollo de un Vitalismo filosófico
que necesitaba de un nuevo “cartesianismo de la vida” junto con un nuevo
liberalismo político democrático. Frente a ellas Bueno optó por un Materialismo
próximo al marxista y unos proyectos políticos para-totalitarios y anti-liberales (simpatías con
el Imperio soviético primero y con el Imperio español después). Pero, el nuevo
“Cartesianismo de la Vida” que preconizaba Ortega, y que en él quedo como un proyecto que no afectó a partes centrales de la Filosofía moderna, como la Teoría del Conocimiento, se realizó, a nuestro
juicio, en la figura genial de Piaget
(del que Ortega , al parecer, solo leyó algunos de sus primeros libros de
psicología evolutiva: ver "Ortega lector de Piaget"). Es por ello desde Piaget desde el cual precisamente creemos que debe interpretarse el
significado filosófico de la obra de Bueno, pues querer interpretarlo desde un
ámbito puramente localista y aislado de las influencias europeas contemporáneas, como hacen
tantos de sus acríticos seguidores, nos parece que lo condena al autismo mas
estéril y escolástico. En si misma, decía Sartre, la pisada de un hombre señala
mil caminos. Podríamos añadir a ello que donde se dice mil se podría decir
infinitos caminos, lo cual nos conduciría a tomar uno por puro azar. Pero las
obras de dos filósofos, Piaget y Bueno, entre los cuales se pueden establecer fuertes e
innegables conexiones, marcan a nuestro juicio una sola dirección, como cuando se dice que por
un punto pasan infinitas rectas, pero
por dos puntos pasa una y solo una, aun cuando los sentidos en dicha dirección
común puedan ser opuestos. Dicha dirección, sin embargo es algo que propiamente
ya no elegimos, puesto que se nos impone como una resultancia, como un destino,
no escrito a priori en las estrellas,
sino construido a posteriori por
nuestras propias operaciones de comparación crítica entre la gran obra de ambos
pensadores. En el resultado de dicha comparación, por supuesto, hay que eliminar defectos,
contradicciones, para quedarnos con lo más valioso que hay en ellas y ponernos
en marcha para seguir avanzando en dicha nueva dirección filosófíca, como el que avanza en
lo todavía desconocido y dado entre tinieblas, aunque con la confianza de que
disponemos ya de una dirección general trabajosamente manifestada, que
ciertamente hay que saber interpretar y desvelar. Podemos pecar de audaces,
pero sería peor dejar pasar la oportunidad de que por fin España, y por extensión el amplio mundo de lengua y cultura hispánica, pueda tener lo
que nunca tuvo y tanto se le reprochó por ello, una filosofía académica moderna, sistemática, equiparable en rigor y profundidad a las desarrolladas en su momento
por franceses, ingleses y alemanes y que, aunque fuese la última en Europa por
su retraso histórico en desarrollarse, no por ello debería renunciar a mejorar
y superar a las otras, hoy tenidas ya por clásicas, que la preceden.