La figura de Heidegger sigue levantando
polémica. Así lo muestra el reciente artículo de Santiago Navajas en Libertad
Digital titulado “Heidegger y Auschwitz” (2015-02-20). En el se hace eco el autor
de la publicación en alemán de los Cuadernos negros (Schwarze Hefte 1931-1938) de
Martin Heidegger en los que, al parecer, pues no hemos tenido ocasión de
leerlos, se presta especial a su relación con los judíos y el antisemitismo
nazi. Irían quedando claros, después de estos nuevos documentos, una serie de
hechos innegables: su afiliación mantenida al partido nazi, su aceptación del
Rectorado de la Universidad de Friburgo derivada del mismísimo Hitler; pero también
su forzada dimisión y alejamiento de la línea más radical del nazismo
representado por filósofos nazis más mediocres como Rosenberg, etc., aunque ni rastro
de arrepentimiento por tales hechos. Otros han querido disculparlo, como su
discipula judía Hanna Harendt o Herbert Marcuse, al cual Heidegger hechó en
cara, a su vez, su silencio sobre los crímenes del propio marxismo. Pues lo
mismo que filosofos como Marcuse, Adorno o Sartre creían en un marxismo mejor,
no estalinista, Heidegger, como parece confirmarse documentalmente, creyó en un
nazismo mejor, no hitleriano. Por ello no se puede ser sectario y considerar
que Heidegger rayó la crueldad y el inmoralismo cuando contemplaba con frialdad
la violencia necesaria para realizar su ideología nazi y no recordar que Sartre, en pleno estalinismo, hablaba de la necesidad, para el
intelectual comprometido, de “mancharse las manos”, lo que remitía, entonces, inexorablemente a los maxivos crímenes y "purgas" del llamado "padrecito" Stalin.
Ortega y Gasset, sin
embargo tuvo claro el carácter pernicioso tanto del marxismo como del nazismo y
apostó por la democracia liberal (Jordi Gracia, José Ortega y Gasset, 2014). Pero no tuvo sin embargo un
papel mundial tan influyente y un
reconocimiento académico filosófico tan grande como Heidegger o el
propio Sartre. Ni siquiera Sartre, aunque lo intento con El ser y la nada, escribió una obra tan impactante académicamente
como el famoso Ser y Tiempo del alemán. Sin
embargo, se continúa con el intento de descalificar su obra de gran filósofo
del siglo XX con su ideología política como si “todo estuviese relacionado con
todo”, lo que llevaría en los casos de sus acusadores más radicales a ocultar
sus libros retirándolos de las bibliotecas y eliminándolos de la Enseñanza, tal
como propone Enmanuelle Faye, Heidegger. La introducción del nazismo en la
filosofía. En torno a los seminarios inéditos de 1933-1935 (Akal, 2009). Pero, para que sea posible el conocimiento de algo, según Platón,
hay que suponer que “no todo está
conectado con todo” ni “nada está conectado con nada”, sino que existe un
entretejimiento (symploké) de las
cosas según el cual “algo esta conectado con algo”. Por ello es imprescindible hilar
más fino en el caso Heidegger para ver que no todas las opiniones personales
del filósofo están conectadas con su ideología política nazi, ni su nazismo
político explica enteramente sus novedosas propuestas estrictamente filosófico
académicas, por las que se hizo famoso durante la Republica de Weimar, al final
de la década de los denominados “felices años 20”. Entonces se empezó a hablar de él, en palabras que recoge su discipula
Hanna Arendt, como el “rey oculto” de la filosofía alemana, en aquel tiempo
dominada por Husserl, rey reconocido
y a la vista, y por su numerosa y mundialmente influyente Escuela fenomenológica.
Dicha nueva concepción
del conocimiento humano, que parte de la reflexión sobre las habilidades
corporales y no sobre la conciencia, será puesta en claro por la Epistemología
Genética de Jean Piaget en la segunda mitad del siglo XX, precisamente en el
momento en que Heideger abandona estos problemas del conocimiento y gira hacia
las conocidas reflexiónes sobre el lenguaje como la” Casa del Ser” y el
comentario de textos de los filósofos presocráticos y los grandes poeetas
alemanes como Hölderlin o Rilke, en los que destacan sus alabadas dotes de
hermeneuta que hicieron escuela con los Gadamer, Vattimo y tutti cuanti. Piaget
representa, sin embargo, la llamada “claridad latina” frente a las “nieblas
gemánicas” de Heidegger. Nieblas germánicas que deben ser entendidas, como
sostuvo Ortega frente a Menendez Pelayo, no como confusión o imprecisión, pues
Heidegger se preocupa, rayando en la jerga de iniciados, por usar una nueva
terminología precisa para describir lo nuevo de su planteamiento, sino como
barroca y recargada frente a la claridad meridiana, en el sentido de
experimental y positiva, del latino
Piaget. En el fondo ambos comparten la influencia de la filosofía vitalista, de
Nietzsche en el caso de Heidegger y de Bergson en el del joven Piaget. Y ambos
intentan racionalizar o “urbanizar”
dicho vitalismo en sus tendencias irracionales. Para comprender esta nueva
concepción del conocimiento es necesario, entonces, “pensar las habilidades”, como diría
un francés, continuar las reflexiones iniciadas por Heidegger en su famosa
obra, aunque nos acojamos mejor a la claridad y el liberalismo de nuestro
Ortega y Gasset, como sugiere correctamente el propio Santiago Navajas en otro de sus articulos titulado "Heidegger, el enemigo filosófico número 1"(La Ilustarción Liberal nº 43).
En tal sentido algo muy
valioso y genial podemos salvar del gran filósofo Heidegger si tenemos cuidado
de, al arrojar de la palangana el agua sucia (su nazismo), no arrojemos también
con ella al niño que permanece limpio, hermoso y cargado de futuro tras el necesario
baño crítico.