jueves, 5 de diciembre de 2013

Sobre las cuatro nacionalidades filosóficas básicas de la Modernidad Europea

Es habitual en el mundo en el que predomina la cultura anglosajona referirse a la filosofía europea como la Filosofía Continental, denominando a la filosofía dominante en los países de influencia anglosajona como Filosofía Analítica. Según esto, la modernidad filosófica comenzaría en Inglaterra con Francis Bacon, padre del Empirismo inglés y, en el continente europeo, con Descartes, padre del Racionalismo Continental. En Inglaterra, el básico empirismo de Bacon sería continuado, renovado y ampliado, por ilustres filósofos modernos como Hobbes, Locke, Berkeley y Hume, culminando una forma de pensar profunda y brillante que, dada en conexión con los procesos políticos y económicos que culminan en la Revolución Gloriosa, ha alcanzado el título y honor de clásica para los británicos. Pero en Francia el llamado Racionalismo Continental, que comienza con Descartes, da lugar a una serie de pensadores como Spinoza y Leibniz, que ya no son franceses. Por ello creemos que no es justo estudiarlos todos bajo el rotulo común e indiferenciado de Filosofía Continental, sino que habría que matizar que es un Racionalismo internacional, es decir, formado por filósofos enraizados en fuertes y diferentes culturas nacionales, a diferencia del Empirismo inglés que si se ajusta mejor al carácter común de las Islas Británicas. Pues Leibniz, aunque escriba muchas veces en francés, tiene   una cultura alemana. El mismo Spinoza, por lo que sabemos tras eruditas investigaciones del siglo XX, era de cultura familiar sefardita judeo-española, habiendo escrito su defensa contra su expulsión de la Sinagoga de Amsterdam en español y firmaba como De Espinosa, toponimo muy común en España. Como escribió un famoso intelectual español del pasado siglo, Salvador de Madariaga:

“El disfraz que se le ha echado sobre su preclaro nombre –supresión de la E inicial, sustitución de la S por la Z y hasta ese «Baruch», hebreo de Benito– no parece haberse debido a iniciativas suyas, sino al celo de los eruditos que en todas partes han procurado deshispanizar a los prohombres que llevaban su nombre con garbo de Castilla. Su familia, que siempre se da como portuguesa, era española: tan española, que lo hizo educar en la escuela judeo-española de Ámsterdam, cuyo vehículo para la enseñanza era el español. Su lengua y su biblioteca españolas eran” (“Benito de Espinosa”, en Museo Judío, núm. 132, pág. 137, 1977. Tomamos la cita de la Introducción de Atilano Dominguez a la edición de la Correspondencia de Spinoza, Alianza Editorial, Madrid, 1988, pp. 25-26. Sobre la relación de Espinosa con España, ver las Actas del Congreso Internacional celebrado en Noviembre de 1992 en Almagro (Ciudad Real): «Spinoza y España», Colección Estudios, Universidad de Castilla-la Mancha, Murcia 1994).

En tal sentido, Leibniz y Espinosa son filósofos que no se pueden entender a fondo al margen de su nacionalidad cultural. En el caso de Leibniz, ello está más claro, pues es considerado como el padre de la filosofía clásica alemana que culmina en el Idealismo de Hegel. Leibniz, político y autor ensayístico y poligráfico, como Bacon, habría sido sistematizado al modo escolástico aristotélico por su discípulo Christian Wollff, llevando a cabo en Alemania, desde su cátedra de la Universidad de Halle, la introducción por primera vez en Europa de una escolástica moderna que se presentaba como alternativa a la escolástica aristotélica vigente entonces en las Universidades. Ello constituyó todo un hito de reforma educativa en la instrucción de las élites que emprenderán las reforma modernas en Alemania, de un modo equivalente a como la escolástica materialista-gassendiana, con la que Hobbes sistematizó racionalmente el empirismo de Bacon, sirvió como enseñanza en el preceptorado de la aristocracia inglesa, que el propio Hobbes ejercicio como profesor privado del Duque de Devonshire y del propio Principe de Gales, Carlos II, en tiempos de su exilio en Paris, durante la Guerra Civil inglesa.. De la escolástica leibniziana de Wollf sale Kant, y de éste el Idealismo alemán de Fichte, Schelling y Hegel.

También Descartes está en el origen de una tradición nacional francesa racionalista e ilustrada que se desarrolla con la obra de Malebranche, un cartesianismo que se mezcla el cartesianismo con la escolástica católica cristiana como novedoso instrumento de educación contra-reformista en Francia. La influencia de Malebranche rivalizó con la escolástica aristotélica de los colegios de los jesuitas, -como el De La Fleche, donde estudió Descartes, reservados a la alta nobleza-,  por medio de los colegios de la Congregación del Oratorio, alternativa para la nobleza media y pequeña, llamada “de toga”, a la que pertenece Montesquieu. Algunos Colegios del Oratorio llegaron a ser famosos, como el de Juilly, cerca de París, donde Montesquieu recibe una formación en la filosofía, la física y las matemáticas cartesianas, impartidas por seguidores del Padre Malebranche. Este cartesianismo malebranchiano influirá también en François Quesnay el fundador de la moderna escuela económica de los Fisiócratas, en la que Marx vio la primera explicación cíclica de la Economía política. Montesquieu influirá a su vez en Voltaire e incluso en Rousseau, el cual tiene también que ver con el cartesianismo malebranchiano por la influencia recibida en su formación por el Padre Lamy. La élite ilustrada francesa, que formará la conciencia de la burguesía revolucionaria, deriva, en una parte muy importante, de aquellos colegíos malebranchianos.

Pero, ¿qué ocurrió entonces con el carácter cultural español impreso en la breve vida y obra de Espinosa?. Lo que ocurrió, sencillamente, es que no fue posible entonces un “Malebranche” o un “Wolff” español debido al sambenito de ateo que cayó sobre su obra, siendo tratado Espinosa, en toda Europa, en palabras de Lessing, como “perro muerto”. Solamente en la Alemania romántica de finales del siglo XVIII es en parte rehabilitado Espinosa como un gran filósofo, equiparable a Descartes o a Leibniz, pero visto más bien, por Fichte, como un contra-modelo de filosofía dogmática y por tanto pre-kantiano. Solamente, de modo excepcional, Schelling, a quien Federico Schlegel veía como un “Spinoza redivivo”, intento ver en su extraña Idea de una Substancia de dos caras opuestas, Extensión física y Pensamiento, una forma de Substancia vital, que anticiparía el posterior vitalismo de un Nietzsche o un Bergson. Pero, claro, esto no tuvo tampoco lugar en la España decimonónica, en general muy atrasada en relación con el conocimiento y estudio de la Filosofía Moderna. Solo en el siglo XX, tras la asimilación y puesta al día de la filosofía moderna en España, debido a los ingentes esfuerzos en tal sentido de Ortega y Gasset y de la influencia de otras escuelas filosóficas, como el marxismo, en la década de los 60 y 70, podemos encontrarnos con algo similar a lo que fue la escolastización de Descartes por Malebranche o la de Leibniz por Wolff, en el Materialismo Filosófico de Gustavo Bueno, considerado como uno de los filósofos destacados de la España democrática actual. Su filosofía consiste esencialmente en interpretar la Substancia espinosiana como un trasunto de la Materia en el sentido del Ser de la Metaphisica Generalis de Wolff, y los Atributos como equiparables a las tres Ideas de Mundo, Yo y Dios de la Metafísica especial wolffiana. La obra de Gustavo Bueno puede verse, en tal sentido, como una profundización filosófica en el así considerado modelo espinosista, tratando de superar su apariencia mecánica y estática, por una interpretación dialéctica tomada del materialismo marxista entonces en boga, en plena Guerra  Fría. El propio Gustavo Bueno lo reconoce: "Este ser que no es Dios, esta Sustancia que no es Sujeto, se mantiene tenazmente en la tradición neoplatónica, y alcanza su primera exposición sistemática en la doctrina de la sustancia de Spinoza, es donde la Ontoteología está ya definitivamente triturada….En la filosofía de Spinoza hay que ver la fuerte de la genuina ontología materialista moderna" (Ensayos materialistas, Taurus, Madrid, 1972, p.48. Recientemente, Luis Carlos Martinez Jimenez ha sostenido, en un largo artículo titulado "Espinosa, América y el Materialismo Filosófico"( El Catoblepas. nº 126, 2012), que el Materialismo Filosófico se inicia como una dialectización del sistema espinosista).

Fruto y desarrollo de dicha interpretación escolastizada de Espinosa por Gustavo Bueno, según el modelo de la Ontología de Wolff, es la obra de Vidal Peña, El materialismo de Spinoza. Ensayo sobre la Ontología Spinozista, Madrid, Revista de Occidente, 1974. Cabría, sin embargo, aun manteniendo el carácter de germen prototípico o nuclear de Espinosa para una filosofía española, -que creemos es indispensable hoy todavía para la regeneración y modernización del país, como lo fue un Descartes para Francia o un Leibniz para Alemania-,  concebir una visión de Espinosa no como materialista, sino como un Espinosa vitalista, tal como Schelling, quien se vanagloriaba de haber encontrado únicamente las primeras vocales que vivifican y hacen inteligible las oscuras palabras de la filosofía de Espinosa, lo interpreta cuando dice, defendiéndolo de la acusación de “quietismo”, que:

“se podría comparar el spinozismo por su quietismo, a la estatua de Pigmalión que precisaba para animarse de un cálido soplo de amor; pero esta comparación es injusta ya que es más bien equiparable a una obra esbozada sólo en sus contornos más externos, en los que, si se le diese vida, sólo se observarían los muchos trazos que aún faltan o permanecen inacabados” (Schellings Werke, VII, 350).

Tales trazos inacabados de la filosofía de Espinosa, que Gustavo Bueno ha tratado de completar de modo sistemático con su Materialismo Filosófico, aunque manteniéndose, al asumir el modelo wolffiano, en una posición más aristotélico-escolastica que postkantiana, creemos que pueden ser alternativamente iluminados y completados por una filosofía trascendental vitalista más que por una escolástica materialista. En tal sentido habría que interpretar la Substancia o Naturaleza creadora (Natura naturans) de la Etica como una prefiguración de la Vida. Piaget cuenta que, en su juventud, influido por el elán vital bergsoniano, había sustituido la Idea de Dios por la de la Vida como una naturaleza creadora. En un sentido similar, Ortega pone a la Vida en lugar del Yo Absoluto de Fichte y, siguiendo a la Biología moderna, interpreta la vida como una dualidad de Organismo (Pensamiento) y Medio (Extensión), de Yo y Circunstancias, unidas dioscúricamente. Dicha Unidad sería la Vida entendida, no ya como Substancia aristotélica, sino como una Substancia espinosista dinamizada, entendida como ejecutividad, como Acción, productora o constructora, actuando sobre un medio. Dicho medio, podríamos añadir nosotros, es caracterizado por una falta de fundamentación última, no en el kantiano sentido de un abismo (Abgrund) de la Razón, sino en el de un Ungrund como mantiene el último Schelling, algo que ya no puede entenderse ni como Materia ni como Espíritu, sino como un límite insuperable para la racionalidad humana, un fondo sin fondo, que expresa una contradicción irresoluble (en tal sentido nos parece engañoso denominar Materia a este Ungrund, como hace Gustavo Bueno, aunque conservemos su connotación de Idea límite). Una contradicción, que es la contradicción de la vida humana misma, que impide la clausura dogmática de nuestra interpretación de la realidad en su conjunto y que nos pone constantemente ante una petición de principio, ante una circularidad, que nos encierra en unos límites racionales de los que no podemos salir sin caer en la irracionalidad más arbitraria. Solo avanzando en dicha circularidad por la que, como señalaba el propio Piaget, la explicación físico-quimica de la materia no es reducible a algo absolutamente material o físico, pues necesita de la matemáticas, las cuales son un producto cultural humano (llamarlo materialidad terciogenérica, como hace Bueno, es confuso pues se asocia a algo meramente físico, cuando bastaría con llamarlo realidad no natural), cuya génesis explica la psicología,  remitiendo esta explicación a su vez al sujeto biológico que subyace al psicológico, el cual, de nuevo, para ser interpretado, precisa de conocimientos físico-químicos, etc., con lo que volvemos a empezar el circulo explicativo sin poder salir de él.
 
Pero solo admitiendo esta especie de "eterno retorno" de lo mismo, solo así, encerrados dentro de esta circularidad de la que no podemos salir, diciendo sí a ella, como el Zaratustra de Nietzsche decía sí al Eterno Retorno, solo  dentro de esta repetición, no monótona sino siempre renovada, de lo "mismo", que ahora nos parece virtuosa, ya que es precisamente la que nos permite avanzar en nuestro conocimiento de la realidad sin caer ni en dogmatismo ni en el escepticismo, podremos conseguir nuestra supervivencia como especie y nuestro progreso individual como seres humanos, en el marco de un sentido final de la vida en el que las dificultades siempre serán un reto que solo podemos superar si nuestros instintos de seguir apegados a la vida son lo suficientemente fuertes y pueden ser conducidos con la destreza y habilidad necesaria para evitar los cantos de sirena de la vehemencia fundamentalista como del nihilismo más descorazonador. Este modo de pensar de la cultura filosófica española moderna, iniciada en el "exilio" por Espinosa, puesto que nunca es tarde si la dicha es buena, bien merece los esfuerzos de nuevas generaciones que la hagan florecer y dar nuevos e inesperados frutos en unos tiempos en los que han desaparecidos los tradicionales obstáculos de falta de libertad de expresión y se puede contar con la existencia de nuevos medios de difusión de la nuevas ideas tan abiertos como Internet.  

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