lunes, 4 de febrero de 2013

Mano y habilidad (Habitude) en Merleau-Ponty

     La obra del filósofo francés Maurice Merleau-Ponty (1908-1961), compañero y colaborador intelectual, en muchos aspectos, de Sartre, aunque también crítico divergente de su famoso dualismo del ser en-si y para-si, vuelve en los últimos tiempos a la palestra filosófica, no tanto por su relación con el un poco ya olvidado Sartre, como por sus concepciones sobre la “conciencia corporeizada”, que tanto interesan hoy a la corriente filosófica denominada Embodied Mind tan influyente en la denominada Philosophy of Mind norteamericana, con representantes mundialmente conocidos como George Lakoff. Pues, con Merleau-Ponty se abre en Francia una vía en la influencia de la Fenomenología en el movimiento existencialista que trata de rectificar el horizonte sartriano de un de un Ser en-si opuesto de forma dualista a la Conciencia para-si, como si de la oposición de un fichteana de un Yo y un No-Yo se tratase, por la introducción de un término intermedio que Merleau-Ponty tematiza como “cuerpo propio” a través de los análisis del último Husserl sobre el mundo vivido (Lebenswelt) y la habitualidades. La inspiración ahora es la de la Identidad schellinguiana como una unidad que trata de superar el dualismo fichteano, buscando un término medio con su propuesta de ver la naturaleza biológica, no como un mero No-Yo, como hacía Fichte, sino como un “espíritu dormido”, como diría Schelling. Así, Merleau-Ponty se planteará como programa de una fenomenología existencialista, una descripción del “cuerpo propio” entendido. según sus propias palabras, como un “entre dos”, como aquello que se encuentra precisamente entre el “para si” y el “en si”, entre la conciencia y la cosa, entre la libertad y la naturaleza.

     Para tender el puente entre el en-si y el para-si, Merleau-Ponty emprende desde su primera obra, La estructura del comportamiento (1942), una exploración, a través de la Biología y la Psicología de la Gestalt, tratando de romper el dualismo cartesiano entre res extensa  y res cogitans, todavía activo en el en-sí y para-sí del propio Sartre. El mundo debe ser ahora reorganizado por una tripartición en Materia, Vida y Espíritu. Como señala Vincent Descombes: “con esta triada, Merleau-Ponty recibe la herencia de lo que en Francia, a través de la lectura de Aristóteles por Ravaisson (que también fue el corresponsal de Schelling), ha hecho las veces de la Naturphilosophie” ( V. Descombes, Lo mismo y lo otro. Cuarenta y cinco años de filosofía francesa (1933-1978), Cátedra, Madrid, 1982, p.85). Es preciso recordar que Ravaisson, influido por la Idea schellinguiana de la Identidad como la unidad de la Naturaleza y el Espíritu, busco en el Hábito, en su obra De l’habitude (1938), una versión positivada de la abstracta y más especulativa Identidad schellinguiana, entendiéndola como algo intermedio entre la naturaleza mecánica y la conciencia, en tanto que el hábito, entendido como categoría psicológica, tiene un origen consciente pero acaba mecanizándose y formando parte de un comportamiento inconsciente. Inaugura así en Francia Felix de Ravaisson una tradición de organicismo bio-psicológico que se actualiza y refuerza en Merleau-Ponty con las aportaciones de la teoría de la Gestalt y, en especial, en la obra de Goldstein: la conducta humana posee una estructuración u organización global cuya explicación no se alcanza, ni desde la simple descripción fisiológica que se reduce constantemente a un atomismo mecanicista, ni desde la descripción psicológica pura que tiende hacia la pura y absoluta sustancialización de lo psíquico. Entre Naturaleza y Conciencia, ser en-sí y para-sí, la conducta humana se configura como una estructura intermedia que surge in medias res con el acto perceptivo. Pues la actividad perceptiva es para Merleau-Ponty una verdadera experiencia originaria, la cual trata de describir con la ayuda del método fenomenológico en su obra más importante, la Fenomenología de la percepción (1945).

     Es en esta obra donde encontramos la noción clave de habitude (que debería traducirse por habilidad, y no por hábito, siguiendo la traducción al inglés del término, no por habit, sino por skill o ability, que propone Hubert L. Dreyfus en “Merleau-Ponty and Recent Cognitive Science”, en The Cambridge Companion to Merleau-Ponty, T. Carman, Mark B.N. Hansen edit., Cmbridge University Press 2005, p. 145, n. 3), noción utilizada por Merleau-Ponty como el “entre dos” que permite superar el tradicional dualismo. En ella encuentra la categoría clave para hablar del cuerpo no como un mero mecanismo físico, un mero objeto entre objetos, sino como un ser motriz, como el “vehículo del ser-del mundo”. Así escribe el filósofo francés:

    “Aun cuando, más adelante, el pensamiento y la percepción del espacio se liberen de la motricidad y del ser en el espacio, para que podamos representarnos el espacio es preciso que hayamos, primero, sido introducidos en él por nuestro cuerpo y que éste nos haya dado el primer modelo de las transposiciones, de las equivalencias, de las identificaciones, que hacen del espacio un sistema objetivo y permiten a nuestra experiencia ser una experiencia de objetos, de abrirse a un ‘en si’” ( M. Merleau-Ponty, Fenomenología de la percepción, Planeta-Agostini, Barcelona 1993, trad. de J. Cabanes, p. 159).

      Para esclarecer lo que entiende por habitude, debido a que “la  adquisición de la habitud como remanipulación y renovación del esquema corpóreo presenta grandes dificultades para las filosofías clásicas, siempre llevadas a concebir la síntesis como una síntesis intelectual” (op. cit., p. 159), Merleau-Ponty pone el ejemplo del baile:

     “Por ejemplo, adquirir el hábito de un baile, ¿no es hallar por análisis la fórmula del movimiento y recomponerlo, guiándose por este trazado ideal, con el auxilio de los movimientos ya adquiridos, los del andar y el correr? Más para que la fórmula del baile nuevo integre a sí algunos de los elementos de la motricidad general, se requiere primeramente, que haya recibido como una consagración motriz. Es el cuerpo, como se ha dicho frecuentemente, el que ‘atrapa’ (kapiert) y ‘comprende’ el movimiento. La adquisición de la habilidad es la captación de una significación, pero la captación motriz de una significación motriz” (op. cit., p. 160).

     El ejemplo del baile será recogido y analizado con profundidad como habitus social por Pierre Boudieu, quien se declaró muchas veces influido por la habitude de Merleau-Ponty, en su conocido libro, El baile de los solteros: la crisis de la sociedad campesina en el Bearn, (Anagrama, Barcelona, 2004). Bourdieu lleva a cabo en Sociología una reflexión sobre las habilidades corporales (habitus) como génesis explicativa de las estructuras sociales (de clase, intelectuales, culturales, etc.) equiparables, y en gran parte complementarias, de la reflexión piagetiana sobre el papel constitutivo de las habilidades corporales de los niños en la génesis de las estructuras de la inteligencia. En tal sentido, constituye para le reflexión filosófica sobre las Habilidad como Idea filosófica común a varias categorizaciones científicas, artísticas, etc., -que venimos desarrollando, con nuestra propuesta del Pensamiento Hábil-, un terreno privilegiado de novedoso modos de análisis sociológico-operacionales.

     A continuación del ejemplo del baile, Merleau-Ponty continúa, en Fenomenología de la percepción, generalizando el sentido de las habilidades corporales:

     “Habituarse a un sombrero, a un coche o a un bastón, es instalarse en ellos o, inversamente, hacerlos participar en la voluminosidad del propio cuerpo. La habitud expresa el poder que tenemos de dilatar nuestro ser-del-mundo, o de cambiar la existencia anexándonos nuevos instrumentos. Se puede saber dactilografiar sin saber indicar donde se hallan, en el teclado, las letras que componen las palabras. Saber dactilografiar no es, pues, conocer la ubicación en el teclado de cada letra, ni siquiera haber adquirido para cada una un reflejo condicionado que ésta desencadenaría al presentarse ante nuestra vista. Si la habitud no es ni un conocimiento ni un automatismo, ¿qué será, pues? Se trata de un saber que está en las manos, que solamente se entrega al esfuerzo corpóreo y que no puede traducirse por una designación objetiva” (op.cit., 161).

     En tal sentido, según Merleau-Ponty, un organista, por ejemplo, tiene una familiaridad operatoria tan grande con su instrumento que persiste fácilmente cuando tiene que cambiarlo por otro diferente. Para Merleau-Ponty, este ejemplo del organista, como es el caso de los  instrumentistas en general, muestra con claridad cómo la habitud no reside en la mente, ni en el cuerpo entendido como algo puramente mecánico, sino en el cuerpo como mediador de un mundo:

     “Sabemos (Cf. Chevalier, L’Habitude, pp. 202 ss.) que un organista ejercitado es capaz de servirse de un órgano que no conoce, cuyos teclados son más o menos numerosos, y cuyos juegos están dispuestos de manera diferente de la de su instrumento habitual. Le basta una hora de trabajo para estar en condiciones de ejecutar su programa. Un tiempo de aprendizaje tan breve no permite suponer que, en este caso, unos nuevos reflejos condicionados se sustituyan a los montajes ya establecidos –salvo si unos y otros forman un sistema y si el cambio es global-, lo que nos hace salir de la teoría mecanicista, ya que entonces las reacciones vienen mediatizadas por una captación global del instrumento. ¿Diremos que el organista analiza el órgano, eso es, se da y preserva una representación de los juegos, de los pedales, de los teclados y de su relación en el espacio? Más, durante el breve ensayo que antecede al concierto, no se comporta como cuando quiere trazar un plano. Se sienta en el banco, acciona los pedales, saca los juegos, mide el instrumento con su cuerpo, incorpora a sí direcciones y dimensiones, se instala en el órgano como uno se instala en una casa” (op.cit., p.162).

     El cuerpo en tal sentido, como cuerpo operatorio, es por ello, para Merleau-Ponty, una nueva forma de entender al individuo humano en contraposición a la forma de entenderlo propia del materialismo mecanicista o del mentalismo cartesiano:

     “Lo que hemos descubierto mediante el estudio de la motricidad es, en definitiva, un nuevo sentido del vocablo ‘sentido’. La fuerza de la psicología intelectualista, así como de la filosofía idealista, proviene de que no les costaba nada demostrar que la percepción y el pensamiento tienen un sentido intrínseco, y no poder explicarse por la asociación exterior de los contenidos fortuitamente reunidos. El Cogito era la forma de consciencia de esa interioridad. Pero, por eso mismo, toda significación se concebía como un acto de pensamiento, como la operación de un puro Yo, y, si el intelectualismo triunfaba sobre el empirismo, era incapaz de dar cuenta de la variedad de nuestra experiencia, de lo que en ella es sin-sentido, de la contingencia de los contenidos. La experiencia del cuerpo nos hace reconocer una imposición del sentido que no es la de una consciencia constituyente universal, un sentido adherente a ciertos contenidos” (op.cit., p. 164).

      Frente a ello, “tal vez se responda que la organización de nuestro cuerpo es contingente, que puede ‘concebirse un hombre sin manos, sin pies, sin cabeza’ (Pascal, Pensées et Opuscules. Ed. Brunschvicg. Sección VI, n. 339, p. 486) y, a mayor abundamiento, un hombre sin sexo que se reproduciría por esquejes o acodos. Pero todo esto es solamente verdad si se consideran las manos, los pies, la cabeza o el aparato sexual abstractamente, eso es, como fragmentos de materia, no en su función viviente –y si se forma del hombre una noción también abstracta, en la que únicamente se hace entrar la Cogitatio. Si, por el contrario, se define al hombre por su experiencia, o sea, por su manera propia de poner al mundo en forma, y si se reintegran los ‘órganos’ a esta totalidad funcional en la que estos se perfilan, un hombre sin manos o sin sistema sexual es tan inconcebible como un hombre sin pensamiento” (op. cit., pp. 186-7).

No hay comentarios:

Publicar un comentario