jueves, 20 de noviembre de 2025

¿Desaparecerán los Estados nacionales?


 




La crisis de los años 30, que condujo a la Segunda Guerra Mundial y desembocó en la llamada Guerra Fría, se cerró con el derrumbamiento económico de la URSS y la caída del Muro de Berlín. El capitalismo resistió y no pudo ser superado como pretendía el proyecto socialista marxista. Algunos, como Fukuyama, creyeron que se acababa la Historia con el definitivo triunfo de las democracias liberales basadas en dicho sistema económico. Pero bastaron solo unas décadas para ver como surgía un nuevo desarrollo del capitalismo, impulsado por una nueva revolución industrial apoyada en Internet, los nuevos y potentes ordenadores y teléfonos inteligentes, la inteligencia artificial, etc., que generó la nueva ideología de la Globalización.  Así como la ideología socialista vio al capitalismo como un obstáculo para el progreso que debía ser destruido y superado, la nueva ideología progresista de la Globalización ve al Estado nacional como un freno y un obstáculo para su desarrollo, que debe ser eliminado y superado por otras formas de administración política.

La destrucción o superación de los Estados nacionales se busca creando agrupaciones supranacionales, como ocurre con la Unión Europea. Pero en el caso de USA o China, que son grandes Estados nacionales continentales, solo se podrían superar ya creando un Estado Global, como algunos pretenden, con un Gobierno, una policía y unos tribunales mundiales. El problema es que un Estado Global dejaría de ser propiamente un Estado, si consideramos que un Estado no es una substancia separada que pueda existir sin enfrentarse a un medio exterior de otros Estados o sociedades preestatales que amenazan sus fronteras. Solo podría existir un Estado Global si apareciesen en nuestro horizonte terráqueo seres extraterrestres que amenazasen nuestra existencia y frente a los cuales nos uniésemos los terráqueos en un solo Estado. Pero dicha hipótesis pertenece hoy a la Historia ficción. Por tanto, dicho Estado Global es utópico e imposible estrictamente hablando. 

Lo que ocurriría si se destruyesen los actuales Estados nacionales sería más bien que quedarían sus habitantes organizados por parcelas de poderes regionales, por la persistencia natural de los lazos tribales que se observan, por ejemplo, en las llamadas nacionalidades étnicas, resurgentes en Europa por la debilitación, de las soberanías nacionales  que se transfieren a Bruselas. Pero tales, “micro-naciones” o  “Estados fraccionarios”, que brotarían como setas en la llamada “Europa de los pueblos”, por procesos secesionistas, como los corsos, vascos, catalanes, bretones, etc., no son propiamente Estados en sentido del nacionalismo político surgido en la Revolución francesa, sino una especie de vuelta a las estructuras tribales raciales y culturales preestatales. Por ello más que un progreso, lo que habría aquí sería un regreso histórico.

El filósofo Herbert Spencer había profetizado, ya en el siglo XIX, que el triunfo del socialismo sería imparable, pero allí donde se produjese, en vez de crear una sociedad industrial más avanzada, conduciría a un resurgimiento de las sociedades militares anteriores a la sociedad industrial. Ello ocurrió con el creciente militarismo soviético de la Guerra Fría. Podríamos decir hoy que el triunfo de las ideologías Globalistas, que pretenden superar las estructuras políticas de los Estados nacionales modernos, allí donde hoy ya se está produciendo, más que conducir a una sociedad mas progresiva y avanzada, desencadenará un regreso a las sociedades tribales anteriores, o incluso a las ciudades-Estado de los antiguos, anteriores a la aparición de los Estados-nación modernos.

A ello apunta la inmigración irregular masiva fomentada en las últimas décadas desde gobiernos supranacionales, como los de los de la Unión Europea o de USA, con la idea de que todas las culturas son iguales y pueden ser toleradas y coexistir en buena armonía. Se invoca para ello la tradicional tolerancia de la democracia occidental, olvidando que ya sus padres propugnadores, como Spinoza (“Que estos hombres usurpan toda autoridad, se declaran inmediatamente elegidos de Dios, proclaman divinos sus decretos y simplemente humanos los que emanan del gobierno, a fin de someterles a los decretos divinos, es decir, a sus propios decretos. ¿Quién desconoce lo contrario que es este exceso al bien del Estado?”, Tratado-teológico-político, final de cap. XX), o John Locke, ponían límites, por ejemplo, a la tolerancia religiosa cuando podía poner en peligro las propias leyes del Estado democrático. Religiones como la islámica, que no admite la separación occidental entre Iglesia y Estado, parecen difícilmente conciliables con los Estados occidentales modernos, generando verdaderos guetos medievales, con barrios donde se impone la sharía frente a las leyes y costumbre occidentales. ¿Resistirá el Estado-nación tales cambios?

Manuel F. Lorenzo


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