El fresco de La Creación ha sido quizás la imagen más conocida e impactante de las que Miguel Ángel pintó en la bóveda de la Capilla Sixtina del Vaticano. La Creación de Adán representa un episodio bíblico donde Dios, después de crear el mundo, acompañado por una corte de ángeles, crea al hombre (Adán), dándole el “soplo de vida” a través de la unión de sus dos dedos índices. Frank Lynn Meshberger, médico cirujano, publicó en 1990, en una importante revista médica mundial, su artículo “An Interpretation of Michelangelo’s Creation of Adam Based on Neuroanatomy”, (Meshberger, 1990). En él se sugiere, que Miguel Ángel intentó plasmar en su pintura la imagen de un cerebro humano, pues en ella se puede constatar una especie de imagen doble en la que se adivina con claridad la silueta del cerebro humano formado por el sudario que envuelve al Dios que da vida a Adán, así como otras estructuras anatómicas.
La utilización de imágenes dobles por la pintura es característica de algunas obras de Dalí, como por ejemplo “Mercado de esclavos con el busto desaparecido de Voltaire, 1940”, en la que por un efecto de las imágenes perceptivas dobles, popularizadas entonces por la Psicología de la Gestalt, Dalí hace que veamos aparecer en el mercado la imagen invisible del busto de Voltaire, con la intención paranoico-crítica de denunciar que el defensor de la Ilustración y los derechos humanos invertía parte de su gran fortuna en el entonces pujante mercado de esclavos. Es un efecto paranoico porque en la contemplación se produce una especie de esquizofrenia por la irrupción de una imagen doble y a la vez es crítica pues pretende desacreditar la sacralizada figura de Voltaire por la intelectualidad progresista.
Miguel Ángel, practicante de disecciones anatómicas, debía conocer bien las partes del cerebro, tal como mantiene Meshberger comparando el dibujo del manto que envuelve a la figura divina y sus acompañantes angélicos con un corte del aspecto izquierdo del hemisferio cerebral. Por otra parte, la relación entre el cerebro y Dios podría provenir de Aristóteles (De Partibus Animalum IV,10, 687 a7-11), el cual habría tergiversado la frase atribuida a Anaxágoras de que “el hombre es más inteligente que los animales porque tiene manos”, en el sentido de que el tener manos dependía de tener un cerebro superior. El médico griego Galeno, al que Miguel Ángel debía haber conocido para llevar a cabo sus disecciones, citaba y seguía en este punto al filósofo. Aristóteles sostenía asimismo que el cerebro es la parte del cuerpo humano que nos asemeja a la divinidad. Por eso Miguel Ángel pinta el manto que envuelve la figura divina de forma velada, quizás para evitar conflictos con la Inquisición, como un cerebro.
No
obstante, el centro de la composición pictórica está ocupado por la mano divina
y la humana. Ello nos permite utilizarla como un quicio para invertir el
sentido aristotélico que podría estar en la intención velada de Miguel Ángel.
Pues las obras consideradas geniales escapan muchas veces a las intenciones
conscientes del propio artista, permitiendo interpretaciones nuevas y
sorprendentes. Por ello se ha apuntado que la inversión del sentido de la
imagen podría llevar a la tesis de que es el hombre, un Adán desvitalizado,
finito y terrenal, el que ha creado con su imaginación al Dios-cerebro, a la
propia y superior inteligencia divina como extrapolación del excelente cerebro
humano.
Nos
basta aquí con referirnos a la relación mano-cerebro sobre la cual la Paleoantropología
y la Neurología modernas han confirmado que Anaxágoras tendría finalmente razón
frente a Aristóteles, cuando sostiene que la inteligencia proviene de una mano
anatómicamente extraordinaria que nos dio la superioridad sobre el resto de los
animales. La prueba estaría en los estudios sobre la evolución del propio
cerebro, el cual no fue creado de golpe y de una pieza por Dios, sino que
evolutivamente han ido surgiendo varios cerebros: el reptiliano, el cerebro
medio y la corteza cerebral. El crecimiento espectacular de esta última parece
estar sobre todo en conexión con la aparición de una mano exenta y capaz de
técnicas de construcción de hachas de sílex, y otros artilugios de la industria
técnica, que ningún simio anterior podía llevar a cabo. El salto de la
capacidad cerebral desde los 250 c.c. de un chimpancé a los 1250 c.c. de un homo
sapiens se produjo gradualmente, situándose el Rubicón en el homo hábilis
con 700 c.c., en el que se constata por primera vez una industria lítica. Por
ello se puede decir hoy con seguridad que la mano hizo al cerebro inteligente,
asociado por Aristóteles o Miguel Ángel, por su excelencia, con una imaginada
inteligencia divina.
Manuel F. Lorenzo
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