Ostwald Spengler fue un filósofo alemán de la Historia, autor
principalmente del libro La Decadencia de Occidente (1918),
de gran impacto y alcance mundial en el Periodo de Entreguerras, pero
relativamente olvidado desde la segunda mitad del siglo pasado hasta la fecha.
Ahora, a consecuencia de
la interpretación por el historiador norteamericano Samuel
Huntington de la pasada guerra de los Balcanes, que llevó a la
desmembración de Yugoslavia y de los ataque a la Torres Gemelas de Nueva York
por el radicalismo islámico, como un “choque de Civilizaciones”, está volviendo
a despertar el interés actual por su concepto de las Civilizaciones como
círculos culturales (Kulturkreise) irreductiblemente cerrados, que
inevitablemente tienden a chocar entre sí cuando entran en contacto. En España
fue introducido por Ortega y Gasset, quien
impulsó la edición de La Decadencia de Occidente en
Espasa Calpe (1923) en la magnífica traducción de Manuel García Morente. Ortega se apoyó entonces en
Spengler para decir que la llamada Primera Guerra Mundial no había pasado de
ser una guerra entre los imperios occidentales (inglés, francés, alemán, ruso y
austro-húngaro). No había por tanto sido realmente mundial o global, como
diríamos hoy, pues era una guerra interna de la propia Civilización europea sin
afectar seriamente a otras grandes Civilizaciones, como la Hindú o la China.
En el título de su obra se
diagnosticaba la decadencia de la gran Cultura europea que,
pasada ya su época clásica, comenzaba a declinar ahogándose en terribles
guerras intestinas por intereses puramente económicos y pronosticaba por ello
el final de su democracia y la llegada de un poder cesarista despótico. Dicho
nuevo poder no serían, en su opinión, precisamente los nazis hitlerianos, que
lo condenaron a una especie de ostracismo, pues el “socialismo
prusiano” de Spengler proponía una aristocracia meritocrática
regeneracionista que no encajaba con la dirección del socialismo nazi integrada
mayormente por cuadros de partido brutalmente racistas e ignorantes. Dicho
poder sería para Spengler más bien Rusia, la llamada Tercera Roma. Su error más
importante fue entonces infravalorar a la otra posibilidad de poder que eran
los norteamericanos, un pueblo también joven frente a la decadente y envejecida
Europa. El pueblo ruso era visto por Spengler como un “pueblo de pueblos” que
llevaría la promesa de una nueva civilización, una nueva Roma. En esto creemos
que se equivocó, pues otros ven ahora la Tercera Roma naciente en USA.
Pero, quizás lo que
todavía puede perdurar y ser actual de Spengler es su Historia comparada de las grandes Civilizaciones, que
se han desarrollado a lo largo de la Historia mundial, tratando de obtener
algunas leyes históricas que se deducen de las analogías y repeticiones que se
extraen de su estudio histórico positivo, según el enfoque que trata de
delimitar la “fisionomía” de las grandes Culturas o Civilizaciones históricas.
Es lo que podemos constatar en el reciente libro de Carlos X. Blanco, Ostwald
Spengler y la Europa fáustica, (Ediciones Fides, 2016) en el que el autor trata
de volver a leer a un Spengler que sigue siendo famoso, pero que ha sido relegado
y postergado en el actual ámbito universitario español. Un Spengler cuyo:
“enfoque fisionómico de las culturas -se trata de delimitar
la ‘fisionomía’ de sus formas históricas- nos dice que las civilizaciones son
mortales, que pueden morir y que tal es su destino común. No son pueblos o
épocas, sino culturas, irreductibles las unas a las otras, los motores de la
historia mundial. Estas culturas no son creadas por los pueblos, sino, al
contrario, son los pueblos los que son creados por las culturas. La Antigüedad,
por ejemplo, es una cultura separada, similar pero totalmente distinta de la
cultura fáustica occidental. Todas las culturas obedecen a las mismas leyes orgánicas del
crecimiento y de la decadencia. El espectáculo del pasado nos
informa, pues, sobre lo que todavía no ha sucedido”.
De este enfoque se deduce
que la Civilización Occidental no seguirá progresando indefinidamente
como si fuese inmortal, pues ninguna Civilización anterior lo ha conseguido.
Lo más razonable es pensar que acabará declinando como las anteriores. Esto no
sería un mero pronóstico pesimista, sino un diagnóstico resultado de la
observación y el conocimiento histórico, de la misma manera que no nos
convertimos en agoreros pesimistas por decir que la vida humana se encamina
necesariamente hacia la muerte, pues ello es “ley de vida” a la que no cabe más
que resignarse. Más bien nos permite organizar con más realismo nuestro plan de
vida y nuestras expectativas futuras de una forma adecuada a la edad en que nos
encontramos. El viejo no puede volver a ser joven, pero
puede orientar y aconsejar el camino que deberían seguir los más jóvenes.
Manuel F. Lorenzo
Artículo publicado en El Español (30-3-2017)
Manuel F. Lorenzo
Artículo publicado en El Español (30-3-2017)
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