La petición de un referéndum de independencia
en Cataluña aparecía, hasta hace poco, como un problema de desintegración del
Estado específicamente español. Se veía como un problema de un país con una
débil modernización, con grandes déficits de cultura democrática, resultado de
una Historia cargada de Absolutismo Inquisitorial, etc. Otros problemas de
desintegración estatal como el de la antigua Yugoslavia, la independenia de
Kosovo, la división de Checoslovaquía, se atribuían al fracaso del Comunismo, o
el de la división cultural de Bélgica a la artificialidad histórica de su
Estado, etc. Inglaterra había sufrido la Independencia de una parte de Irlanda,
pero se sobreentendían aquí problemas de irreconciliables guerras religiosas
entre católicos y protestantes cargadas de odios y vejaciones históricas
insuperables. Más recientemente apareció la reivindicación independentista de
Escocia, a la cual se creyó conjurar, lo mismo que a los contínuos problemas en
el Ulster, copiando precisamente el modelo de descentralización en Autonomías
que España había iniciado con Adolfo Suarez.
Pero la concesión de la Autonomía para
Escocia, como había ocurrido en el caso de Cataluña, no fue suficiente para
frenar las en principio minoritarias ansias secesionistas. Estas continuaron
hasta alcanzar el punto crítico de dividir en dos al electorado de dicha región
britanica de una forma que parece que continuará aunque una tendencia se
impusiese sobre la otra en el Referendum ya celebrado. Además, el Referendum
escocés fue admitido por el premier inglés Cameron, basándose en peligrosas
interpretaciones del Tratado de la Unión, según las cuales una Soberanía, como
la del Parlamento de Westminster, una vez constituida y bien cristalizada en
una Historia común, puede romperse sin peligro de desatar violencias
incontroladas (debería leer a Hobbes, el gran teorico inglés del Estado, antes
de tomarse tan a la ligera dichas cuestiones). Dicho Referendum, sin embargo,
tiene lugar, no en un país atrasado en la modernidad democrática como España,
sino en la mismísima Inglaterra, cuna de la modernidad política y uno de los
Estados que sigue pesando en la política mundial. Por ello, el Referendum
escoces ha atraído con gran fuerza la atención de las primeras líneas de los
telediarios en todo el mundo. Lo cual revela que estamos ante un problema que
no es solo regional, propio de algunos de los países pigs (cerdos), como denominación malintencionada inglesa de portugueses, italianos, griegos y spañoles, en algunos de los cuales
tienen lugar las reivindicaciones secesionistas de Cataluña y Euzkadi, en
España, La Padania, el Veneto, etc., en Italia.
Ahora se empieza aver que el secesionismo
es un problema general y, además, no principalmente económico, como se suele
interpretar al viejo estilo marxista, por Cameron y Rajoy con sus recetas de
más Transferencias de dinero de los impuestos generales, sino que es un
problema más bien ideológico, un problema cultural identitario o de
“espíritu”en el sentido de Max Weber. Un problema que ha pasado a primer plano
conformando una nueva ideología de las vanguardias progresistas que ha
sustituido a la ideología marxista tan influyente en las transformaciones
políticas y sociales del siglo XX. Pues el marxismo abrió el camino a lo que
Ortega denominaba la Rebelion de las Masas, con sus propuestas políticas de
igualitarismo social, la formación de nuevos tipos de partidos políticos para
encuadrar y dirigir a las “masas” proletarias. Para combatir estas rebeliones y
revoluciones se debieron configurar partidos opuestos también de “masas” como
los partidos fascistas o una nueva democracia de masas, como la que representó
la irrupción de los EEUU en la política mundial, la llamada Democracia
Americana de Tocqueville, más fuerte que la inglesa para enfrentarse al
totalitarismo comunista y fascista. Esa época se términó con la derrota
económica del igualitarismo más utópico y radical, el soviético, tras la caída
del Muro de Berlín. Con ello cesó la influencia de aquella ideología que ponía
en las masas proletarias y en el triunfo del socialismo marxista la panacea que
pondría fin a la Historia. En el camino quedó la corrección del liberalismo
económico capitalista deciminónico con necesarias y útiles intervenciones del
Estado (Keynes mediante) que mantuvieran un nivel aceptable de bienestar en las
masas. Este nivel abrió el camino a una Sociedad de Consumo sin límite, de
masas integradas y satisfechas, cuyo primer modelo lo proporcionaron los
propios EEUU tras la 2ª Guerra Mundial.
Algunos filósofos marxista como Herbert
Marcuse, miembro de la llamada Escuela de Frankfurt, ya detectaron, durante su
estancia como exiliados políticos en EEUU, la formación de una nueva sociedad
tecnológica en la que primaba la masificación y la homogeneidad con el
subsecuente aplastamiento de las minorías diferentes, como era entonces la
minoría racial negra que comenzaba a enfrentarse a la discriminación, las
minorías sexuales impulsadas por el feminismo y los homoxesuales, las minorías
culturales, etc. En tal sentido destacó la publicación en 1954 de su ensayo El hombre unidimensional. Ensayo sobre la
ideología de la sociedad industrial avanzada. En él, y en otras obras
suyas, Marcuse proponía una revisión de
la ideología marxista clásica, basada en suponer a las masas proletarias como
sujeto revolucionario, en el sentido de proponer otros sujetos muy diferentes
encargados de culminar los ideales progresistas del Humanismo Ilustrado, que
pretendió hacer suyos el marxismo. Tales sujetos serían las nuevas fuerzas
rebeldes que acabarían definitivamente con la sociedad consumista y alienante,
que resultó de las revoluciones de masas, y darían lugar a la configuración de
una sociedad definitivamente libre en la que se eliminarían, no solo la
explotación económica, sino también las discriminaciones raciales, culturales,
sexuales, etc. Por ello el fenómeno de la petición de independencia y libertad
de las culturas minoritarias, insertas en grandes Estados, debe ponerse en
conexión con todo esto y verlo inmerso en una nueva Ideología radical del
vanguardismo moderno, que puede llegar a convertirse en una rebelión tan
generalizada y peligrosa para la paz social como lo fue la rebelión de las
masas que inició el marxismo.
Esta rebelión es distinta, sin embargo y
por eso la hemos denominado, en un libro que publicamos ya hace años, y en homenaje a Ortega y Gasset, con el título de La rebelión de las minorías (2007). Un
libro quizás prematuro, porque entonces estos problemas de las rupturas de
grandes Estados, como Inglaterra, no estaban en los grandes titulares ni en las
preocupaciones cotidianas. Pero si estaban en las preocupaciones de filósofos
españoles como Ortega y Gasset, del que el libro pretende ser un modesto
homenaje, de título paradójico en relación con su clásico La rebelión de las masas, cuando había propuesto, principalmente en
otro libro suyo titulado como La
redención de las provincias, la configuración de un Estado Autonómico como solución
al problema independentista catalán que había emergido con fuerza ya a fines
del siglo XIX en la España de la Restauración canovista. Como hemos señalado en
otros lugares, el Autonomismo orteguiano incorporado a la Constitución española
de 1978, fue mal entendido y peor desarrollado debido en gran parte a la
voluntad de transformarlo en un Federalismo o Confederalismo, desoyendo o
desconociendo las advertencias orteguianas hechas en las propias Cortes de la
II República (Autonomismo versus Federalismo). Ha llegado a convertirse en un
serio problema de ruptura de la nación y de división entre las fuerzas
políticas españolas por lo que seguramente dará lugar a una fuerte polarización
ideológica y social. Por ello resulta simplista reducirlo a una cuestión
meramente económica o meramente cultural local. Es un problema ideológico de
carácter global y universal, si lo vemos
en relación a su fundamentación en un diferencialismo dogmático que lo pone en
conexión con otros movimientos sociales que comparten la misma metafísica
diferencialista radical, como el feminismo o el homosexualismo. Pues si el
sentimiento “nacionalismo” minoritario puede llevar a la destrucción de los modernos Estados
nacionales, el homosexualismo basado en la indiferencia sexual y el feminismo
radical basado en el odio al macho pueden llevar a la destrucción o colapso sin
más de la familia como institución básica
de la sociedad y no ya únicamente, como creen muchos, a la familia patriarcal
por quedarse arcaica o anticuada. No debemos olvidar que el marxismo más
radical, pretendiendo destruir el capitalismo y no meramente reformarlo,
condujo en la URSS al colapso económico que acabó con su derrota y su fatal perdida
de su influencia mundial en las propias masas que creyeron fanáticamente en él.
Por ello, allí donde triunfen esos ideales más radicales de las minorías rebeldes,
que hoy empiezan a imponer su fuerza como algo “políticamente correcto”,
seguramente acabará cumpliéndose la frase, que aparece en un famoso grabado de
Goya: Los sueños de la razón engendran
monstruos.