martes, 1 de noviembre de 2011

Sobre el origen y la esencia del Poder Político

Fue el Conde de Saint-Simon el que puso en conexión sistemática las habilidades con el campo de la política cuando acuñó la denominación de politique des abilités para caracterizar el cambio de naturaleza del poder político en las modernas sociedades industriales, en comparación con lo que ocurría en las sociedades pre-industriales. En tal sentido, diferenció la historia de la humanidad en dos grandes periodos que se correspondía con dos tipos de sociedad esencialmente diferentes: las sociedades militares antiguas y medievales y las sociedades industriales modernas. Las primeras estaban basadas en la guerra como principal modo de apropiación de la riqueza, a través de la explotación esclavista o servil de los pueblos vencidos, mientras que las sociedades industriales modernas obtienen principálmente su riqueza de la explotación de la Naturaleza por medio de la ciencia y son por ello de naturaleza pacífica, pues su cometido esencial es la organización del producción industrial, la cual requiere habilidades muy diferentes de las guerreras, como son el estudio de las fuerzas naturales, que requiere de habilidades intelectuales, o de habilidades administrativas para la organización de la producción y del intercambio de productos por el comercio, el cual, a su vez, precisa de habilidades para alcanzar ventas por la persuasión o contratos que descansen en la confianza y la accountability. En tal sentido Saint-Simon previó un largo periodo de transición entre ambas sociedades en el que la política de la fuerza militar sería sustituida por el poder de los legistas y metafísicos, necesarios para ir neutralizando los poderes teológico-militares de las sociedades pre-modernas con vistas a que puedan madurar e imponerse los nuevos poderes de los industriales y científicos.

 Creemos que hoy puede seguir manteniéndose esta visión profética, aunque modificando algunos aspectos en relación con la brillante noción de “habilidades” introducida por el filósofo francés. Pues, en el marco de una reflexión actual sobre las habilidades y su profundo significado para la existencia humana, tal como ha mostrado en el siglo XX Jean Piaget o la Paleantropología, en cuestiones como la explicación del conocimiento, el origen de la técnica o del lenguaje humano mismo, deberíamos reinterpretar la distinción saint-simoniana entre la política de la fuerza y la política de la habilidad, como una distinción entre dos tipos de habilidades, las guerreras y la industriales y no como una distinción entre la habilidad y su negación en las sociedades militares por la pura fuerza bruta. En tal sentido habría una diferencia esencial, a la que Saint-Simon no dio la importancia debida por el estado atrasado de los conocimientos antropológicos de su época, entre las sociedades animales de los primates, nuestros parientes más próximos en la escala zoológica y los homínidos, en los que aparecen las habilidades técnicas plasmadas en la construcción de instrumentos y armas como el hacha de silex, los cuales permiten establecer unas formas nuevas de dominación, en relación con el propio grupo de homínidos y el resto de los animales, que dejan de estar basadas en la sola fuerza física del macho alfa, característica de la dominación propiamente etológico-animal. Pues, ahora, el poder en el grupo humano dependerá de algo mixto que resulta de la intersección de una notable fuerza física, desde luego, con la producción y manejo de instrumentos técnicos tales como el hacha, el arco y la flechas, la espada, etc.  

Con ello tenemos constituido los primeros tejidos o mimbres de un núcleo originario del poder propiamente humano que, al desarrollarse, irá configurando un cuerpo, unas corporaciones políticas determinadas, que seguirán un curso marcado por sus transformaciones esenciales, siguiendo en ello las explicaciones propuestas por Gustavo Bueno en su Primer ensayo sobre las categorías de las “ciencias políticas”(1991). En tal sentido, así como de la intersección de una figura cónica por un plano secante, al variar el ángulo de corte, se obtiene diversas curvas como la circunferencia, la elipse, la hipérbola, etc., de la misma forma la intersección entre la fuerza corporal y la habilidad manual humana (muy superior esta a la de cualquier primate, a partir de la australopiteca Lucy) permite la posibilidad de que se formen las primeras sociedades políticas capaces de dominar y dirigir, según planes, a unos grupos sociales cada vez mayores, pasando de pequeñas bandas de cazadores-recolectores a grandes tribus proto-estatales. Como contrapartida, el dominio y explotación de la naturaleza por las técnicas primitivas era entonces aún débil e incierto, con lo que la única forma de crecimiento y expansión de los grupos humanos se llevó a cabo por la guerra y el sometimiento esclavista de unos grupos por los más desarrollados en las técnicas guerreras. La formación de las ciudades y la aparición de la escritura que posibilita la fijación de ordenes y leyes, permite reorganizar el cuerpo político en un segundo episodio del curso político seguido por los humanos: la forma estatal, en la cual la novedad principal consiste en la necesidad de introducir leyes escritas (el código de Hammurabi) para coordinar más efectivamente las acciones militares, en una dirección mucho más amplia que lo conseguido hasta entonces, que permite la formación de Imperios políticos esclavistas como los que aparecen en Egipto, Asiría, China, etc. La estructuración jurídica de tales acciones permite la creación de sociedades militares mucho más estables y duraderas, en las que irán perfeccionándose y racionalizándose las normas jurídicas en Grecia y Roma en la constitución de un Estado de Derecho. 

Solo posteriormente, en la llamada Edad Media europea, se genera una profunda transformación esencial en la naturaleza del poder político por la confluencia, según Saint-Simon, de dos factores: la progresiva liberación de los municipios ciudadanos por los fueros y la creación de las Universidades para transmitir el legado científico-filosófico griego que los árabes habrían recogido y empezado a desarrollar en la medicina, las matemáticas, la astronomía, etc., y que llega a Europa principalmente a través de la Escuela de Traductores de Toledo. El momento clave en que este nuevo poder madura es con la Revolución industrial y política en Inglaterra, en la cual se constituye una sociedad económica (la llamada Sociedad Civil, la bürguerliche Gesellschaft de Hegel) enriquecida notablemente por la explotación industrial de las fuerzas naturales con la ayuda de la ciencia moderna, creada previamente en el Renacimiento. El poder militar, representado por el Rey, empieza entonces a quedar sometido al Parlamento, que se presenta en Inglaterra, por unas circunstancias especiales, como impulsor de la industria y la ciencia, a pesar de estar dominado por los Lores (Saint-Simon explica muy bien esta paradoja). Nace con ello la Sociedad Industrial, tal como la bautizó Saint-Simon, caracterizada, frente a todas las anteriores, por ser de naturaleza pacífica pues en ella la riqueza se obtiene principalmente a través de actividades que por naturaleza son universales o sin fronteras, como la ciencia, que deja de ser algo super-estructural para dirigir y organizar la producción industrial, base de la nueva sociedad, o el comercio que organiza la distribución de los bienes según las leyes del mercado. Es la “política de las habilidades” saint-simoniana la que empieza a triunfar aquí, frente a las meras habilidades militares. La organización de estas nuevas fuerzas políticas, sin dejar de ser nacional, tenderá a constituir corporaciones industriales tendentes a la globalización (multinacionales, grandes bancos sistémicos, organizaciones mundiales del trabajo, etc.) y organizaciones científicas transnacionales (la Organización Mundial de la Salud, Médicos Sin Fronteras, el CERN europeo, etc.). 

Es la creación de esta nueva forma de poder la que hace a Saint-Simon profeta de la llamada sociedad industrial post-moderna. Marx, a pesar de declarase deudor de Saint-Simon en muchos aspectos, creyó haberlo superado con su sociedad post-capitalista. Pero, parece haberse cumplido más bien la predicción de otro positivista famoso, Herbert Spencer, quien declaró a principios del siglo XX que el socialismo triunfaría, pero que con él, lejos de desaparecer el Estado, -- como creía Marx inspirándose en la frase de Sain-Simon de que “la administración de los hombres será sustituida por la administración de las cosas” y la norma que regiría en ella sería “a cada cual según sus necesidades “ y no “a cada cual según sus capacidades (habilidades)” --, la Sociedad retrocederá a un estadio anterior propio de las sociedades militares, con las consecuencias de empobrecimiento, estancamiento y ruina. Parece más discutible otra opinión de Saint-Simon, quien pensaba que la paz mundial iba a imponerse con el triunfo de la sociedad industrial. Marx reservaba este triunfo también para la fase comunista final, en la que creía que desaparecería el Estado, aunque lo que ocurrió, de hecho, en el comunismo soviético, fue una creciente militarización de la sociedad. No obstante, el pacifismo de Sain-Simon no era un pacifismo utópico como el de Marx o el de Kant. Tiene un carácter claramente mas positivo que el de Kant, tan vigente todavía hoy. Pues la ONU, como encarnación de la Sociedad de Naciones kantiana, solo cuenta con la fuerza del dialogo y el acuerdo, muy difícil de lograr, como se ha visto tantas veces. Pero Saint-Simon contaba, no tanto con el acuerdo de un Parlamento mundial, como en la desactivación positiva que supone la erradicación de la miseria y la explotación, causante de tantas guerras por el aumento de la riqueza general por la explotación de la naturaleza con métodos científicos. 

Ciertamente no pensó que la propia ciencia aplicada al desarrollo de una industria orientada a la guerra produciría un armamento atómico disuasorio de futuras guerras mundiales. Pues a partir de Hiroshima la guerra ha dejado de ser para la humanidad lo que Hegel llamaba todavía “el Juicio de Dios”, el gran juez final que determinaba el curso de la Historia Universal. Hoy esto no es posible, no por la fuerza de los grupos pacifistas organizados, meramente testimonial, sino por la paradoja de las propias bombas atómicas que tienen una función puramente disuasoria, pues de lo contrario se conseguiría la desaparición de la especie o su regresión a situaciones semejantes a las paleolíticas, como pensaba Einstein, uno de los principales científicos que ayudaron a construir la primera bomba atómica. Es cierto que hoy es posible una guerra nuclear limitada a un escenario regional, como señala Samuel Huntington en su famosa obra El Choque de Civilizaciones y la reconfiguración del orden mundial (1997). Pero esto no cambiaría el curso global, por el hecho de su limitación local. Las habilidades militares propias del origen de la humanidad, tienden a transformarse, hasta casi desaparecer por neutralización de sus efectos, en un mundo dirigido por potencias altamente industrializadas. Las guerras decisivas de nuestro futuro como especie son ahora la “guerras” económicas, que aunque se llamen así poco tienen de militar. Pues la URSS, siendo una potencia nuclear prominente, no pudo resistir la competencia económica industrial con el Occidente capitalista, y su hundimiento económico si cambió verdaderamente lo que Hegel denominaba la Weltpolitik, la política mundial, aunque los rusos sigan siendo en su mayoría pobres poderosamente armados. 

 Manuel F. Lorenzo

www.manuelflorenzo.webs.tl

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