Por fin, tras los truculentos
acontecimientos políticos que tuvieron como protagonista al Partido Socialista,
parece que habrá un gobierno que nos permita salir del largo periodo de
incertidumbre política en que nos habían arrojado las dos últimas elecciones
generales de Noviembre del pasado año y de Junio del año en curso. El abandonó del 'no' al Partido
Popular, tras la intervención del Comité Federal del PSOE, con la traumática
dimisión de Pedro Sánchez de la Secretaría del partido y la resolución tomada
en favor de la abstención en la Investidura de Rajoy, han provocado un cambio
que permite desbloquear la situación política de falta de un Gobierno Nacional
en que vivíamos desde casi hace un año.
Ha sido decisiva para ello la
intervención activa del propio Felipe González, el artífice de la vuelta a la
política española, a finales de la década de los 70, de un PSOE de larga
trayectoria histórica, más llena de sombras que de luces, por sus errores
cometidos durante la II República, en la que el ala largo-caballerista, que
promovió el guerra-civilismo con la Revolución de 1934 en Asturias contra la
propia República, condujo al enfrentamiento armado y la inevitable Guerra
Civil. Entonces, el ala reformista, encabezado por Julián Besteiro, quedó en
minoría y fue postergado de la dirección de los acontecimientos. Con el joven Felipe González
volvía la tradición reformista de Besteiro a la dirección socialista española y
se aceptaba la Monarquía Constitucional como salida a la dictadura de Franco,
renunciando a volver a conectar con la legitimidad republicana. Se empezó a
configurar, al comienzo de la Transición, con el triunfo aplastante del PSOE en
1982, un sistema bipartidista imperfecto que se consolidaría con la victoria
del PP de Aznar. Decimos que era imperfecto porque
no era equivalente al bipartidismo de USA en el que se elige a un Presidente,
entre los dos candidatos elegidos en los dos grandes partidos Demócrata y
Republicano, de forma directa y gobierna el que gana en número de votos.
En España al Presidente del
Gobierno lo eligen de forma indirecta los Diputados del Congreso, por lo que se
necesita al menos la concurrencia de un tercer partido o grupo parlamentario
para formar una mayoría de gobierno. Lo que ocurrió entonces fue que el centro
político lo pretendió encarnar Adolfo Suarez con su CDS. Pero no se sabe de quien
fue la culpa de que aquel partido, y el propio Suarez, acabasen perdiendo la
fuerza política necesaria para colaborar a unas mayorías políticas de carácter
nacional. Lo que ocurrió entonces fue un fenómeno que se ha develado como
profundamente perverso y destructivo para mantener la unidad e identidad
nacional de España. Pujol trató primero, astutamente,
de construir un sucedáneo de centro con la entonces famosa Operación Roca. Tras
su fracaso, el centro-bisagra lo empezaron a constituir principalmente las
minorías nacionalistas independentistas vasca y catalana. Y así se produjo un
debilitamiento del Estado central por transferencia de competencias como la
Educación o la Justicia, que nunca debían de ser transferidas a una autonomía,
como pensaba Ortega y Gasset, teórico hoy bastante olvidado del Régimen
Autonómico.
El nuevo bipartidismo, que nos
parece ver comenzar con la actual investidura de Rajoy, ofrece un cambio de
suma importancia con respecto a la posibilidad de mantener la unidad e
identidad de España y la introducción de las reformas necesarias en el llamado
Régimen del 78, que a punto estuvo de agonizar irremediablemente en una vuelta
al enfrentamiento violento de las denominadas "dos Españas". La bisagra esta hoy ocupada,
principalmente, por un partido como Ciudadanos que supone un resurgir electoral
del centro reformista, en la línea del que Suarez pretendió introducir frente a
PSOE y PP en su tiempo, pero que no logró por falta de apoyo electoral (“me
quieren pero no me votan” decía el Adolfo Suarez del Centro Democrático y
Social).
Hoy, muchos españoles, tras la
experiencia desastrosa del bipartidismo imperfecto y perverso de PSOE, PP y
partidos secesionistas, están orientando su voto, en una tendencia en alza,
hacia el nuevo centro que representa Ciudadanos. Cabe por ello cierta esperanza
en la posibilidad de que se consolide un Sistema político estable, basado en
partidos constitucionalistas, si se acierta con las reformas necesarias para introducir
unos nuevos usos y costumbres propios de una Nueva Política, que destierro los
usos que provocaron los abusos hoy por todos conocidos, de la vieja política.
Pero todo se puede torcer si, frente a la necesidad de las reformas, se acabo
imponiendo una mera política de coalición tácita, una especie de grosse
koalition a la alemana, entre los aparatos de los todavía dos grandes
partidos, PP y PSOE, para mantener sus meros y circunstanciales intereses de
poder.
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