Todos los años, el 23 de Abril, se
dedica la España oficial a festejar al libro como máximo depositario de la
cultura. En esto los gobiernos del momento no hacen más que imitar lo que hacen
los países europeos más avanzados y civilizados con los que España ha tenido
cierto complejo de inferioridad por nuestro retraso en la llamada Modernidad.
Por ello es necesario promocionar la lectura entre los españoles para converger
con los más alto índices de lectura de dichos países y el Día del Libro,
promulgado por la Unesco en tal fecha como Día Internacional del Libro, por
coincidir la muerte y el nacimiento de Cervantes y de Shakespeare, es una
institución que puede ser muy útil para ello. Pero entonces hay que buscar un
gran libro, el mejor que tengamos en nuestra cultura lingüística nacional, que
podamos enarbolar como símbolo y estandarte en la lucha por la modernización
cultural. Ese libro no podía ser otro que El
Quijote de Miguel de Cervantes, como para los alemanes podría ser El Fausto de Goethe; aunque no se si lo
alemanes tienen también su Día del Libro, pues parece que les coincide la fecha
con el más popular Día de la Cerveza Alemana. Se que el festejo mayor sobre lo
literario es la conocida, y la más económicamente poderosa a nivel mundial, por
los contratos editoriales que se cierran, Feria del Libro de Frankfurt, que se
celebra anualmente a mediados de Octubre. Aunque vuelve a coincidir con la Fiesta
de la Cerveza Bávara (Octoberfest).
No obstante, en España, ocurre con tal
celebración algo que no ocurre ni en Alemania, ni en Inglaterra: que se busca
en el Quijote la expresión, no solo literaria sino también filosófica, crítica y
cultural más alta de la esencia última de nuestro ser nacional. Los alemanes veneran a Goethe, pero ponen su orgullo filosófico nacional en Kant o Hegel y los ingleses en Locke o Hume. Pero nuestra
moderna crítica filosófíca, en tanto que crítica de la mentalidad medieval, a
diferencia de lo que ocurre en los citados países europeos, no se habría
desarrollado en términos de un lenguaje filosófico académico, como el de un
Descartes, un Locke o un Kant, sino que se habría escrito en una novela
extraordinaria, una novela “filosófica”, de crítica de la superada mentalidad
caballeresca medieval, como verían los ingleses, o una novela de educación o
formación (Bildungsroman) como verían
los románticos alemanes para los cuales, a diferencia de los ingleses, Don
Quijote es un héroe que lucha contra un mundo moderno injusto, para cambiar el
cual se necesitan nuevos quijotes que sigan el modelo del “caballero de la
triste figura”. Así Ortega vió en el Quijote, sin embargo, un instrumento
crítico del verdadero protagonista, un
Cervantes crítico del voluntarismo más puro, -como Kant habría sido el crítico
de la Razón Pura-, que lo mismo servía, según Ortega, para criticar el
voluntarismo de un Imperio español que se cierra en Trento a la penetración de
la modernidad, como para criticar lo que esa misma modernidad, representada
entonces por la Reforma Protestante, tenía de afirmación de un Dios voluntad,
irracional y, por tanto, de peligroso irracionalismo. Pero la comparación, aunque interesante, no es adecuada porque
habría una diferencia en el modo de expresión de una divertida novela
cervantina frente a un arido tratado filosófico kantiano. Si utilizamos la
palabra de crítica filósofica para identificar el contenido más alto de ambas
obras, deberíamos a la vez diferenciarlas como una crítica propia de una
filosofía mundana en Cervantes y una crítica filosófico académica en Kant.
Si queremos buscar en el entorno de la
cultura española una crítica del voluntarismo, en sentido estrictamente
filosófico-académico, debemos dirigirnos a otro libro que durante siglos se ha
leído y venerado como una cumbre de la filosofía occidental, pero disociándolo
de sus raíces hispanas. Se trata de recordar otro libro de Filosofía académica
que España podría presentar como complemento académico del más mundano y leído Don Quijote. Me refiero a la famosa Etica del filósofo, de procedencia
hispano-judia, Benito de Espinosa, conocido internacionalmente por la
latinización de su apellido como Spinoza. Una latinización que ha ocultado
durante siglos su cultura española de procedencia, debido a la acción, como ya
sostenía Salvador de Madariaga, de la llamada Leyenda Negra propulsada por
ingleses y holandeses contra la España Imperial, a la que pretendían
desprestigiar, en este caso privándole de la gloria de haber producido del seno
de su cultura nacional una figura de pensamiento filosófico creador,
equiparable a las propias de aquella época de que se vanaglorian los ingleses
con su Bacon o Hobbes, los franceses con Descartes o los alemanes con su
Leibniz. Pues en el siglo XX aparece cada vez con más claridad, como prueban
las investigaciones sobre la procedencia, costumbres y lengua materna de los
judíos hispanos, que recalan buscando refugio en Amsterdan tras su expulsión
de la Península Ibérica( Ver, p. ej., G. Albiac, La sinagoga vacia, Madrid, 1987), que Espinosa no era de cultura holandesa sino
que era equivalente al hijo de unos exiliados o emigrantes españoles en un país
de acogida, en el que todavía la primera generación que nace allí, como era el
caso de nuestro filósofo, aunque aprenda el holandés en la escuela no llega a
hablarlo bien porque sigue pensando en la lengua materna aprendida y hablada en
casa, que era el español. Por ello Espinosa, aunque también escriba en latín como
Descartes o Leibniz, pues este era todavía entonces la lengua internacional en
que se entendían los sabios, pensaba realmente en español, por lo que su
filosofía nació, por las circunstancias trágicas de la expulsión de los
judíos, no en España, sino en tierra de
exilio y emigración. Pero en ella está presente el carácter nacional hispano
como lo está la cultura francesa en Descartes o la alemana en Leibniz.
En tal sentido habría que decir que en
España, con los antecedentes de Feijoo o Jovellanos si se quiere, no hubo
modernización filosófica hasta que llegamos a Unamuno, Ortega o los krausistas,
no tanto porque España fuese incapaz de producir una figura exímia, fundadora y rectora, sino porque
la produjo de tal radicalidad que no pudo ser asimilada ni bautizada de ninguna
manera por la inteligencia académica patria de entonces. Una figura como la de
un Bacon o un Hobbes, a pesar de su radicalidad moderna, pudo crear escuela
empirista en Inglaterra por la mayor tolerancia que allí existía tras la
Reforma Protestante. Leibniz pudo ser asimilado en Alemania por el apoyo que
Federico de Prusia, el rey filósofo, dio a su discípulo y sistematizador de su
filosofía, Christian Wolff, al reponerlo en su cátedra de la Universidad de
Halle, de donde había sido expulsado por presiones de la clericalla
protestante. De su modernización filosófica se derivan los Kant, Hegel, Marx,
etc. Se diría que estos eran países de predominancia protestante, lo que
facilitó la entrada de las Ideas filosóficas modernas. Pero también Francia,
permaneciendondo mayoritariamente católica, como España, se moderniza con un
cartesianismo bautizado y escolastizado por el Padre Malebranche, que utilizó
los Colégios de la Congragación del Oratorio para educar, como alternativa al
aristotelismo medieval de los colegios jesuitas, a una nobleza de provincias,
cuyo representante filosófico más exímio fue Montesquieu, educado en el colegio
oratoriano de July. A pesar de que las obras de Descartes fueron puestas en el
Indice eclesiástico, el cartesianismo con su apuesta por una ciencia y una
metafísica moderna, penetró en las élites intelectuales francesas por la puerta
de atrás oratoriana. Pero en España no podía ocurrir esto ya que Espinosa era
de “nación” judía y además un filósofo maldito e inasimilable en toda Europa
por su ateísmo panteísta, imposible de bautizar tanto por los judíos que lo
expulsaron de la Sinagoga de Amsterdan, como por el cristianismo que no podía
admitir su Dios Substancia por Impersonal. Aparte de las otras muchas razones que se suelen enunciar,
como la presencia de la Inquisición y el ambiente de fanatismo contra-reformista
y anti-moderno de la España Imperial, nos parece que quizás haya sido esta la
más decisiva: la imposibilidad de asimilar el espinosismo, no solo en aquella España católica a machamartillo de Menendez y Pelayo, sino incluso en toda Europa durante al menos un siglo tras su muerte, en el que Spinoza fue tratado como un "perro muerto" en palabras del alemán Lessing. Son precisamente los Románticos alemanes los que lo volverán a leer en Jena iniciando su bendición y aceptación como gran el filósofo moderno que hoy es.
Triste sino, por tanto, el nuestro que hace, a diferencia
de Francia o Alemania, que permaneciésemos en la orfandaz y la imposibilidad de
desarrollar una filosofía moderna académica propia, en los años en que se
empiezan a forjar las fuerzas e Ideas modernas que cambiaran irreversiblemente
el mundo de modo tal que o España se modernizaba en sus Ideas filosóficas
rectoras o entraría en una penosa
decadencia, descolgándote de las potencias directoras del mundo actual. En esas
estamos todavía, como un país sin cabeza de Ideas filosóficas modernas y rigor
en el pensamiento del estilo del que comenzó a tallar firme y sistemáticamente
Spinoza con su excelsa obra filosófica, la Etica.
No al menos a nivel de los fastos de la
España oficial al uso, aunque haya una España realmente existente, en la que
nos sentimos incluidos muchos, silenciada en los medios e instituciones
culturales oficiales, para la que Spinoza ha comenzado a ser modelo escolar no
hace más que algunas décadas, por el mismo o a través de conocidos interpretes
y defensores de su forma de filosofar. Pues, como decía Hegel, nadie que no se
haya bañado alguna vez en su vida en el éter de la infinita Substancia
espinosista podrá entender una sola palabra de la filosofía moderna. Propongamos
pues que al menos una vez al año, el día del Libro, los filósofos españoles
organicen lecturas y reflexiónes académicas publicas del otro gran libro del
que debemos enorgullecernos los hispanos, judíos o no, de la Etica de Benito de Espinosa.