sábado, 7 de octubre de 2017

Reseña de PENSAR CON LAS MANOS




      El título del libro que voy a reseñar, Pensar con las manos, posee la virtud de ser muy informativo acerca del contenido a tratar. El hombre, en efecto, piensa con las manos. Con las manos y con las demás extremidades y zonas fronterizas de su cuerpo. El hombre es un ser de pensamiento no sólo y no directamente por su cerebro, sino por su corporeidad, esto es, piensa por el sistema de extremidades y órganos de captación-manipulación con que está dotado. Hoy en día, en que padecemos por todos los lados una suerte de "cerebrocentrismo", y se habla sin cesar de "neuroeducación", "neuromárketing", "neuroeconomía", así como del cerebro como un "gestor de emociones", etc., libros como el de Manuel F. Lorenzo van a resultar un revulsivo. No es del todo cierto que pensemos con el cerebro, ni es correcto o exhaustivo decir que el hombre es inteligente porque posee un gran y poderoso cerebro. Esta es la línea del intelectualismo que arranca desde Aristóteles y llega hasta nuestros enfoques actuales de la "ciencia cognitiva" y del computacionalismo. Más en lo cierto estaba Anaxágoras al decirnos que el hombre es inteligente porque tiene manos. Pero, más aún (lo que quizá no pudo saber Anaxágoras): el hombre tiene manos (versátiles, operatorias, hábiles) en lugar de garras o patas debido a que, correspondientemente, el hombre posee pies.

"Parece que piensas con los pies". Esta expresión, aparentemente banal y campechana, encierra mucho sentido. Un alumno puede recibirla a modo de amonestación. El maestro le hace saber que le falta inteligencia o efectividad a la hora de resolver un problema. Como padre, docente o amigo, le decimos esto a alguien, "que piensa con los pies" y con ello le hacemos saber a otro que sus ideas y actuaciones no son adecuadas. En la más inveterada tradición, acaso desde Aristóteles, pensar es algo que se hace por medio del cerebro, desde el cerebro, usando el cerebro y no los pies. Los pobres pies, para muchos, no son sino extremidades inferiores que nos plantan en el suelo, nos sostienen, unas como bases obedientes a las órdenes del cerebro, simples ejecutores que nos permiten avanzar pasos. Sin embargo, la teoría de la Evolución darwiniana comenzó a reivindicar los pies del hombre, tan "inferiores" al cerebro, en virtud precisamente del papel fundamental que la bipedestación ha desempeñado en nuestro hacernos como humanos. El hecho básico, debido a diversos factores ecológicos, cambios climáticos, etc. de ser unos primates bípedos, ha permitido que nuestras garras delanteras se quedaran colgando a cierta altura del suelo. Así quedaron unas manos libres, exentas, disponibles para la manipulación y transformación de los objetos. 

En cuanto hablamos ya de homínidos bípedos, a modo de torres verticales que podían asomarse por encima de las altas hierbas secas de la sabana africana, en vez de desplazarse de rama en rama, en selvas de troncos apretados entre sí, podemos hablar ya de una evolución acelerada de la corporeidad humana, un camino sin retorno hacia una forma extraña de animal, un animal el humano capaz de emplear sus extremidades como órganos operatorios, transformadores enérgicos del entorno. Nunca se enfatizará lo suficiente el papel de la mano exenta para manipular y transformar objetos, para alterar el entorno con útiles de lo más diverso, incluyendo las armas. Este homínido, tan deficitario en tantos y tantos aspectos, se convirtió él mismo en un sistema inmenso y eficaz en orden a la operatoriedad. 

Las manos, y de manera secundaria, los brazos, piernas, pies, boca, etc. del hombre poseen un gran poder de captación de estímulos, así como un enorme poder de transformación de objetos. Diríamos que la corporeidad humana es, toda ella, operatoriedad. De acuerdo con las ideas de Jean Piaget diríamos que, a partir del bipedismo, el homínido es un organismo ultrapotenciado para movilizar los tramos del círculo de relaciones entre sujeto y objeto: a) asimilación, por medio de la cual el animal, homínido o persona hace suyo el entorno, o trata de incorporarlo o "digerirlo" de acuerdo con sus estructuras (la fagocitación y nutrición serían las formas más primitivas de asimilación cognoscitiva) y b) acomodación, esto es, el cambio de las estructuras del sujeto-organismo para corregir los desajustes, restablecer el equilibrio y, en definitiva, alcanzar la adaptación.


El libro de Fernández Lorenzo no consiste en una mera "apología de las manos", y, por extensión, de las restantes extremidades corporales que nos permiten ser animales cognoscitivos "ultrapotenciados". Tampoco es una mera denuncia del cerebrocentrismo. Esto, por sí solo, podría tener un interés para determinados especialistas (psicólogos, neurocientíficos, pedagogos…), pero tenemos aquí otro aspecto adicional, mucho más denso, profundo y de consecuencias de largo alcance. "Pensar con las manos" supone todo un proyecto ontológico. Se trata de asumir de una vez, con todas las consecuencias, el legado que nos han dejado los grandes idealistas alemanes, empezando por Kant y siguiendo con Fichte, Schelling y Hegel, y en cuyo devenir, ha dado origen a otros legados filosóficos que necesariamente hemos de asumir, como son el vitalismo (Nietzsche, Bergson, Unamuno, Ortega), y el constructivismo operatorio (Piaget, Bueno). No podemos dejar a un lado una importante tradición filosófica que nació y se desarrolló paralelamente al idealismo y vitalismo germánicos, aunque dándole la espalda sistemáticamente: el positivismo (Comte). En Pensar con las manos hay elementos abundantes para la refundación de un nuevo positivismo, que el autor denomina Positivismo Operatiológico, por estar fundado en las operaciones del sujeto, y no en hechos, como hacía el positivismo tradicional.

¿En qué consistirá esta refundación de la ontología? Para orientarnos debidamente, diremos que su autor es discípulo del fallecido filósofo astur-riojano don Gustavo Bueno. Discípulo sí, pero heterodoxo. El discipulado en Filosofía por fuerza ha de ser heterodoxo. El maestro ha de ser criticado, superado, sometido a revisión. Manuel F. Lorenzo es, pues, un buen discípulo filosófico: heterodoxo y creador de una corriente nueva a partir del "materialismo filosófico" buenista.

En Pensar con las manos el lector encontrará precisamente una crítica de este sistema fundado por Gustavo Bueno, basada precisamente en la fundamentación del mismo: la materia. ¿Qué es la materia? En principio, la lectura más completa de la obra buenista arroja la impresión de que materia es, en su obra, un equivalente al "ser" o la "realidad". Gustavo Bueno ha sido, dígase lo que se diga, un filósofo realista, y realista en el más clásico o escolástico de los sentidos. Es cierto que se trata de un realismo nada vulgar, sofisticado, que entiende que el despliegue de la realidad se da en varios géneros, irreductibles entre sí. Los géneros de materialidad serían, M1 -términos físico-mundanos-, M2, -operaciones del sujeto (no sólo ni principalmente operaciones "mentales" sino más bien corpóreas y, dentro de éstas, quirúrgicas)- y, finalmente, M3 -relaciones objetivas (estructuras o esencias, bien de orden matemático, bien de tipo cultural o moral). Nunca se da nada "real" como fenómeno sin que participen al menos dos de estos géneros de materialidad. Así pues, por ejemplo, la percepción de un rayo de luz implica el desplazamiento de ondas-fotones en el medio y su impacto en la retina de un ojo (M1) tanto como la propia captación sensorial e interpretación perceptiva de esas celulas retinales afectadas (M2). En el sistema ontológico de Bueno todo lo real es, por definición, "materia", eso sí, materia agrupada en géneros irreductibles entre sí y que se superponen. Se podría parafrasear a Aristóteles y decir que "la materia se dice de muchas maneras". Ahora bien, más allá de estos géneros de materialidad y de las posibilidades de entrecruzamiento entre ellos, Bueno habló de una Materia en el sentido ontológico-general (M), a la cual no se le puede otorgar contenido positivo alguno. Para Gustavo Bueno esa M era un concepto-límite, es decir, un término al que se llega por medio de un regressus o análisis exhaustivo, pero desde el cual resulta de todo punto imposible emprender un progressus o avance hacia una reconstrucción de los distintos tipos de realidad. 


Bueno entendía la filosofía –y toda empresa intelectual- desde un punto de vista dialéctico: las operaciones del sujeto se mueven en círculos crecientes en potencia y alcance, y estos círculos siempre giran en dos sentidos opuestos, regresivos y progresivos. Cada uno de los puntos alcanzados por esta especie de rueda que se desplaza, tanto en el regressus como en el progressus, sirve de punto de partida para impulsar nuevos desplazamientos (conocimientos), con mayor profundidad e impulso. Así, por ejemplo, una vez alcanzados regresivamente los términos "átomo" en la Química, o "célula" en la Biología, el impulso y la profundidad para iniciar la vía progresiva (esto es, deducir o recorrer nuevas posibilidades de conocimiento) fueron inmensamente mayores en la Historia de las Ciencias. Pero como bien nos recuerda Manuel F. Lorenzo, el término "Materia" es inservible, estéril desde el punto de vista cognoscitivo, pues desde él no hay progressus posible. Bueno presentó la M como una especie de fondo, de agujero negro desde el cual resulta completamente imposible salir. En efecto, esa Materia ontológico-general es un límite, y Bueno lo reconoce. Su materialismo se había gestado en el ambiente y compañía del marxismo, ante cuyo materialismo dialéctico el filósofo de Oviedo pretendió ofrecer alternativas críticas y más sofisticadas. Por supuesto la mayoría de los marxistas españoles desatendieron una filosofía que se les antojaba abstrusa, alambicada, cuando no revisionista. 

En el libro que reseñamos, sin embargo, se ofrecen propuestas para una idea de límite positivo, en lugar de la M buenista, que es meramente negativa. El profesor Fernández Lorenzo, por ejemplo, toma como ejemplo, las interesantes propuestas de Eugenio Trías sobre la idea del límite, entendido de forma positiva. La filosofía "fronteriza" de Trías supone un replanteamiento de la metafísica tradicional, normalmente basada en uno o varios términos que se postulaban como cimientos, como pilares inconmovibles: Dios, Sustancia, el Yo… Estos términos o ideas eran el núcleo de un sistema ontológico tradicional. De ese núcleo partían todas las demás variantes y morfologías de la realidad. El hecho es que, a partir de la obra de Kant, la metafísica queda escindida en dos, por no decir que resulta destrozada: una metafísica pre-crítica o dogmática, que parte de ideas nucleares (Dios, Ser, Sustancia) independientes por completo de la acción del Sujeto, y una metafísica crítica (podría decirse mejor, una filosofía crítica por cuanto anti-metafísica) que renuncia a deslindar o postular cualquier término nuclear de la ontología sin considerar la labor del Sujeto, el verdadero "hacedor" de todos los deslindes de términos organizadores de un sistema de ontología. 

Llegados a un tiempo post-kantiano, crítico, sabemos que no podemos obtener ninguna ganancia regresando al dogmatismo. Hemos dado vueltas en redondo durante el siglo XX por culpa de unas filosofías que, en realidad, eran anti-filosofías: el marxismo y el neopositivismo, a la par que pretendían ser un remedo de las ciencias y auguraban el fin de la filosofía, sostenían implícitamente una (mala) ontología de corte dogmático, un realismo basado en la materia o en la experiencia sensorial. Colecciones de sensaciones recibidas, partículas atómicas o sub-atómicas, o, simplemente, una "materia en movimiento" (Engels), representaron ejemplos dogmáticos de esos límites negativos, a partir de los cuales resulta reconstruir trozos inmensos de la experiencia: el pensamiento y la emoción del hombre, los hechos culturales, históricos, la evolución de la vida, etc.


Un límite positivo, por el contrario, vendría caracterizado no por esa impotencia reconstructiva del término, sino por todo lo contrario. El término no es sólo una terminación, valga el juego de palabras, sino el punto de arranque de nuevas exploraciones, de nuevas realidades. El límite es, a la vez, la fuente. Y una filosofía post-crítica ¿dónde habrá de hallar esos límites? Debemos mirar a nuestro propio cuerpo. Ahora, desde este teclado de ordenador veo mis dedos aporreando teclas, y mis manos danzando sobre ese mismo teclado, más o menos ágil y hábilmente. Si echo para atrás las ruedas de mi sillón puedo ver mis piernas, dobladas o cruzadas, y mis pies cambiando de postura o dando impulso al movimiento del sillón, o quizá jugueteando con las zapatillas o el escabel donde reposan. Mi cuerpo no es una cápsula comandada por un cerebro. Mi cuerpo es un sistema de órganos especializados en la operatoriedad. Yo, y cualquier ser humano, soy un animal hiper-operatorio. El hecho de que los humanos podamos tocar el piano, hacer gimnasia o danzar, teclear ordenadores o levantar edificios y naves espaciales es posible por ese fluctuante límite movedizo que crean los órganos operatorios: las manos, principalmente, y depués los brazos, las piernas, los pies, la boca, la lengua, etc.

El libro Pensar con las manos es muy sugerente y anuncia un trabajo futuro que, si bien paraece hercúleo, es posible y necesario en la Filosofía hispana. Es posible porque Gustavo Bueno ya sentó las bases de una filosofía constructivista-operatoria y sistemática (frente al estilo ensayístico de Ortega), si bien lastrada por su materialismo dogmático y marxista. Necesaria, porque los países que escriben y hablan en español pueden desarrollar una filosofía "a la altura de nuestro tiempo", lejos de las modas extranjeras que parecen ya muy agotadas. Y además, el autor presenta un plan muy ambicioso, al menos tal y como yo lo veo: desarrollar una alternativa a la ontología de nuestro tiempo. Una ontología desde nuestras extremidades y habilidades operatorias.

Carlos Javier Blanco Martín 

Doctor en Filosofía

2 comentarios:

  1. ¿éste libro, por casualidad, está para descargarlo libremente?

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    1. No, solo hay edición en papel. Pero muchos de sus artículos pueden leerse en este Blog.

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