miércoles, 5 de junio de 2013

Política positiva frente a política metafísica en Augusto Comte

     Augusto Comte, el padre del movimiento filosófico positivista, fue quién acuño el término de “política positiva”. Lo hizo dentro del contexto de su teoría general sobre el desarrollo del pensamiento humano según los famosos Tres Estadios, el Teológico, el Metafísico y el Positivo. Las revoluciones políticas modernas, como la Gloriosa en Inglaterra, la Gran Revolución en Francia o la Revolución Norteamericana, marcan, según el filósofo francés, el triunfo de una “política metafísica” frente a la tradicional política de justificación teológica de las antiguas Monarquías. La “política positiva” debería, en el futuro, suceder a la “política metafísica” triunfante con tales revoluciones. Y ello no debería tardar mucho, pues Comte entiende que el Estadio Metafísico en el que se impone dicha política metafísica basada en especulaciones puramente racionales de las que resultan los derechos igualitarios “naturales”, etc., es un Estadio de mera Transición, y por tanto inestable, hacia el Estadio Positivo, propiamente estable y mucho más duradero, en que los principios políticos deben estar justificados de forma científica positiva, y por tanto no de un modo racional especulativo, sino de un modo racional experimentalmente probado.

     Al ser inestable por principio, la política metafísica debe ser meramente transitoria en tanto que sus principios son esencialmente negativos, útiles para destruir las justificaciones del poder teológico, como que “el poder viene de Dios”, sustituyéndolas por otras de carácter abstracto y no positivas como que  “el poder viene del Pueblo”, pues el Pueblo como tal, según Comte, no existe, ya que lo que existe son grupos sociales posibles de una definición positiva como agricultores, tenderos, obreros, etc. Tales principios meramente negativos o críticos, aunque útiles para destruir el orden feudal, no son útiles para reorganizar la sociedad sobre las nuevas bases surgidas en la modernidad de la industria y las ciencias como motores del progreso social y civilizatorio. Lo más probable es que, si se prolongan más allá de lo necesario,  conduzcan a un mayor aumento de la anarquía y el desorden social debido a una especie de ley del “doble frenesí” por el que generan nuevas revoluciones utópicas y contra-revoluciones ucrónicas. El siglo XX confirmaría esta peligrosa anarquía con el estallido de la Revolución Rusa y el contra-movimiento del fascismo. Tras la derrota del nazismo y la caída del Muro de Berlín, la democracia se ha impuesto como una especie, sino de final metafísico de la Historia, como sostiene Fukuyama, si como lo que Comte denominaba “doctrina mixta y estacionaria”: 

     “Una tercera opinión, esencialmente estacionaria, órgano apropiado y espontáneo de estas deplorables oscilaciones, ha debido interponerse gradualmente entre la doctrina retrógrada y la doctrina revolucionaria, formada en cierto modo, sin ninguna concepción directa, a partir de sus vestigios comunes (…) Desde hace un cuarto de siglo ocupa principalmente, cada vez más, a causa de las diferentes sectas ligadas a ella, el conjunto de la escena política en todos los pueblos avanzados. Los partidos más opuestos se han visto gradualmente obligados a adoptar uniformemente sus fórmulas características a fin de conservar su actividad hasta el punto de ocultar a menudo, ante los observadores mal preparados, la verdadera naturaleza del conflicto social, que sin embargo, sigue subsistiendo aún, forzosamente a falta de un móvil verdaderamente nuevo, entre el espíritu revolucionario y el espíritu retrógrado. Aunque estos dos motores no dejan de ser los únicos principios activos de las diversas conmociones políticas, el resultado final de sus impulsos opuestos redunda, sin embargo, en el uniforme crecimiento de la doctrina mixta y estacionaria, cuyo ascendiente universal resulta en lo sucesivo irrecusable aunque provisional” (A. Comte, Física social, traducción y edición de Juan R, Goberna Falque, Akal, Madrid, 2012, pp.192-3).

     Comte se remite como ejemplo de esta política al caso de Inglaterra (Op. cit., p.194), con su estable monarquía parlamentaria basada en el turno de dos partidos,  que representan respectivamente el Orden reaccionario y el Progreso social, aunque de forma no extremista ni exclusiva. Actualmente el modelo a remitir sería, a nuestro juicio, el Sistema político de USA, proclamado por Fukuyama como Final de la Historia. Para Comte, este sistema estacionario, no sería más que el sistema político final de la política metafísica. De ahí que Comte vea la necesidad de definir una política positiva como superación de la situación inestable y conducente a la anarquía espiritual y social a que lleva la política metafísica. El tema sigue estando de actualidad para nosotros pues la situación de crisis, no solo económica sino también cultural, por la que atraviesa Occidente lo exige. Pues, según el análisis de Comte, se constata la impotencia, aunque por razones distintas, de los tres sistemas de Ideas políticas, -que denominaríamos actualmente Comunismo, Fascismo y Democracia liberal- para dirigir la reorganización social que precisan las sociedades modernas tras el hundimiento del Antiguo Régimen: 

     “… una impotencia cada vez mejor percibida por los mejores discípulos, pese a la evidente necesidad, explicada más arriba, que, por otra parte, exige provisionalmente el empleo simultáneo de estas tres doctrinas hasta su uniforme absorción definitiva por una filosofía nueva, susceptible de satisfacer a la vez, en virtud de un mismo principio, las diferentes condiciones generales del problema actual” (Op. cit.,  p. 197).

     La filosofía Positiva de Comte  daría lugar al inicio del Movimiento Positivista que llega hasta nosotros, después de pasar por diversos avatares como el positivismo inglés de Stuar Mill y Spencer, o el Neopositivismo de Russell y Wittgenstein, hasta los nuevos planteamientos de un positivismo fenomenológico de G. Lakoff & M. Johnson con su propuesta de renovación filosófica en Philosophy on the flesh (1999). El enemigo común de tales avatares es precisamente la forma metafísica de pensar, la cual ha resultado ser un enemigo sumamente difícil de vencer y superar, colándose muchas veces entre los intersticios del propio movimiento positivista que aún hoy necesita hacer renovados esfuerzos para librarse definitivamente de él.

     Comte, aunque como fundador del movimiento no se podía imaginar que el centro del movimiento acabaría desplazándose a los EEUU, si pudo, en cambio prever muchos de los peligrosos efectos sociales que el triunfo del “sistema mixto estacionario”, último avatar de la “política metafísica”, produciría de forma inexorable. Así, refiriéndose a la “anarquía intelectual” que resulta de haber conferido dogmáticamente a todos los individuos el derecho absoluto, promovido por el Protestantismo, de libre examen crítico, exclama: 

     “ ¡Cuáles deben ser, por tanto, los profundos estragos de esta enfermedad social, en un tiempo en que todos los individuos, por inferior que pueda ser su inteligencia, y pese a la ausencia, a menudo total, de preparación conveniente, son indistintamente incitados, mediante los más enérgicos estímulos, para que zanjen a diario, con la ligereza más deplorable, sin ninguna guía y sin el menor freno, las cuestiones políticas más fundamentales! En lugar de sorprenderse ante la espantosa divergencia gradualmente producida por la propagación universal, desde hace medio siglo, de esta anárquica tendencia, ¿no sería preciso admirar, más bien, que gracias al sentido común natural y a la moderación intelectual del hombre, el desorden no sea hasta ahora más completo y que subsistan todavía, aquí y allá, algunos puntos vagos de reunión bajo la descomposición, siempre creciente en lo sucesivo, de las máximas sociales?” (Op. cit. P.199). 

     Comte atribuye, en la pagina siguiente,  esta descomposición intelectual a la preponderancia del Protestantismo en países como EEUU, por su disolución del cristianismo en centenares de sectas discordantes, y de la que no escapan tampoco países que permanecieron católicos, como Francia, sobre todo por la permanencia del “revolucionarismo radical republicano”, que podríamos denominar hoy como una especie de “protestantismo sin cristianismo”, parodiando la famosa fórmula comtiana de considerar su positivismo como un “catolicismo sin cristianismo”. 

     Tal anarquía intelectual o falta de principios positivos, continúa Comte, 

     “…tienden necesariamente cada vez más, en los diversos partidos actuales, a alejar de semejante carrera a las almas más elevadas y a las inteligencias superiores, sobre todo, para abandonar el mundo político al espontaneo dominio del charlatanismo y de la mediocridad” (Op. cit., p. 217). 

     Es conocida el diagnostico de Comte sobre los dos poderes dominantes en la época de la “política metafísica” moderna, que se inicia ya en la propia Edad Media: los “legistas” y los filósofos metafísicos. Pero el mismo se da cuenta ya de una transformación de estos poderes en otros que son los que nos rigen claramente hoy día en las “democracias estacionaras” homologadas dominantes, los abogados, para el poder político, y los literatos, para el poder cultural: 

     “ Desde hace medio siglo, esta constitución fundamental, todavía visible en lo esencial en el resto de Europa, ha sufrido en Francia, sin que, no obstante, haya cambiado de naturaleza en modo alguno, una importante modificación general que, a pesar del rejuvenecimiento pasajero que le imprime a una política semejante, sin embargo tiende, en el fondo, a disminuir su consistencia social y a acelerar su irrevocable descomposición. Allí, los jueces han ido siendo remplazados por abogados, y los doctores propiamente dichos por simples literatos: es siempre el mismo orden de ideas, una metafísica similar, pero con unos órganos más subalternos. Todo hombre que, por así decirlo, sabe sostener una pluma, sean cuales fueren, por otra parte, sus verdaderos antecedentes intelectuales, puede aspirar hoy día, ya sea en la prensa o en la cátedra metafísica, al gobierno espiritual de una sociedad que no le impone ninguna condición racional o moral: el puesto está vacante, todo el mundo, llegado el turno, se siente incitado a colocarse en él. De la misma manera, aquel que, tras un ejercicio suficiente, haya desarrollado una perniciosa y absoluta aptitud para disertar, con una apariencia de habilidad igual, a favor o en contra de una opinión o una medida cualesquiera, es admitido para concurrir, sólo por eso, en el seno de los poderes políticos más eminentes, a la dirección inmediata y soberana de los intereses públicos más importantes. Es así como unas cualidades puramente secundarias, que no deberían tener empleo útil, ni siquiera verdaderamente moral, más que debido a su íntima y continua subordinación a verdaderos principios, se han vuelto hoy en día monstruosamente preponderantes: la expresión, escrita u oral, tiende a destronar la concepción” (p.219).

     Como el mismo Comte señala una página más adelante, ya en su tiempo se encontraban bajo “el completo dominio de los sofistas y de los declamadores”. Aun hoy parece que continuamos en lo mismo. Quizás una de las razones haya sido que la filosofía positiva, que nos debía suministrar los principios adecuados para superar tal estado anárquico estacionario, se ha contaminado, en su desarrollo e implantación principal en los países anglosajones, de la fuerte influencia del Protestantismo, sobre todo en Inglaterra y en los Estados Unidos de América, en perjuicio de un positivismo desarrollado en países de base cultural católica, como la propia Francia o en el hoy ascendente Brasil. En Francia, el dominio del marxismo en el siglo XX, un “protestantismo ateo” (No en vano Marx y Engels ligaban la lucha revolucionaria del proletariado alemán con las precursoras guerras campesinas de la rebelión luterana), impidió tal desarrollo de un positivismo comtiano dominante. En Brasil, aunque lleve en su bandera el lema comtiano de Orden y Progreso, su subdesarrollo económico y social hizo otro tanto. 
     
     Ortega y Gasset en España pretendió, sin embargo, mezclar el racionalismo del positivismo, en su versión comtiana, o Pragmatista americana (Vease J. T. Graham ,A Pragmatist Philosophy of Life in Ortega y Gasset, Missouri, 1994), con el vitalismo Nietzcheano, con vistas a limar las asperezas irracionalistas del filósofo alemán, que tanto había influido en los noventayochistas españoles, como Unamuno, su maestro y predecesor. En tal sentido Ortega se definió como racio-vitalista. Percibió claramente la necesidad de apoyarse, en un país de tradición católica, en el Nietzsche gran crítico del Cristianismo protestante, para abrir el camino a una filosofía positiva vitalista que superase a la Metafísica dominante en Occidente desde Platón hasta Hegel, tanto la materialista como la idealista. Pues Nietzsche y Comte tienen al menos en común la definición intempestiva de la época actual como una época de triunfo del Nihilismo, según Nietzsche, o como una época estacionaria de transición en la que domina la anarquía valorativa intelectual, según Comte, aunque discrepen en su análisis y  consideración de la racionalidad humana.